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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Impacto positivo del microcrédito o "el vaso medio lleno"


(Mundo Microfinanzas) Hugh Sinclair, el herético refutador de las microfinanzas, ha salido al cruce del reciente estudio de impacto con clientes de Compartamos patrocinado por Yale University. El artículo de Sinclair (Disguised Mediocrity – the quest for POSITIVE impact results at Compartamos, agosto de 2013), publicado en su blog en el sitio de MFTransparency, no llega a ser belicoso. El autor es respetuoso del trabajo de sus colegas, pero no se priva de deslizar críticas y llamar la atención sobre aquellos aspectos ambivalentes, algo “maquillados” del estudio.

Hugh Sinclair
El estudio de impacto Win Some Lose Some? Evidence from a Randomized Microcredit Program Placement Experiment by Compartamos Banco, publicado en mayo y hecho por reconocidos investigadores de la organización Innovations for Poverty Action (IPA), sostiene que los efectos promedio del microcrédito sobre un grupo de clientes mujeres de Compartamos en México, a una tasa de porcentaje anual del 110%, se traducen en algún bienestar y en pocos daños para los prestatarios.

Sinclair, sin embargo, destaca el carácter “superficialmente positivos” de los resultados del estudio. Y sugiere que la investigación parece apuntar contra la crítica creciente sobre las microfinanzas y el temor de que los microcréditos puedan provocar más daños que beneficios en sus clientes. El microcrédito ayuda a los pobres después de todo, parece ser el mensaje del estudio.

El autor de Confessions of a Microfinance Heretic se propone analizar detalladamente los resultados, profundizar en sus conclusiones y examinar si, una vez afinados los argumentos, el supuesto impacto positivo de las microfinanzas no acaba por languidecer.

Como es característico de los investigadores del IPA, el estudio con los clientes de Compartamos utiliza la metodología del ensayo de control aleatorio, técnica experimental ampliamente utilizada para medir la eficacia de políticas públicas y de desarrollo, aunque no exenta de críticas. Se trata de un método, explica Sinclair, que parte la muestra entre aquellos que reciben un crédito y aquellos que no -de modo similar a los “grupos de control” en las experimentaciones médicas- para observar a posteriori las diferencias entre uno y otro. Sin embargo, el autor no se detiene en ver posibles defectos de la metodología en el estudio del IPA sino en cómo se presentan sus resultados.

Críticas, elipsis y matizaciones

Tomaremos algunos elementos de la crítica de Sinclair.

El artículo comienza poniendo el ojo en el controvertido tema de las tasas y el costo del microcrédito. Se parte de la tasa de porcentaje anual (APR, por su sigla en inglés), del orden del 110%, presuponiéndose una tasa de interés del 100% (aquí Sinclair señala que la fuente no es clara). Él lamenta también que no queda claro si el APR incluye el IVA y el ahorro forzoso, que de sumarse podrían elevar el costo global.

El autor cita el análisis de David Roodman sobre las tasas de interés cobradas por Compartamos, en el que se muestra cómo la tasa anual no combinada del 79,13% se incrementa al 87,03% cuando se consideran los ahorros forzosos. Y cuando se incluye el costo del IVA la tasa de incrementa al 101,1%. Considerando el efecto de composición el incremento del APR llegaría al 195%, estima Sinclair.

A ello agrega otros ítems que eventualmente podrían encarecer el costo total del crédito. Los clientes cancelan sus créditos en el banco o en la tienda de conveniencia, no mencionándose si el gasto corre por cuenta de Compartamos o del cliente.

Otro de los aspectos que aborda la crítica de Sinclair es el relativo a la discusión sobre si las microfinanzas constituyen una herramienta válida de desarrollo. El autor parece echar de menos que esta dimensión teórica no sea considerada por el estudio en todas sus consecuencias. Los peligros del sobreendeudamiento y la falta de evidencias de un impacto positivo en la reducción de la pobreza son mencionados como “dificultades potenciales”.

Esta es una visión estrecha, cuestiona Sinclair. Y remite a las críticas de Milford Bateman, según las cuales las microfinanzas trivializan la base industrial de los países y limitan la formación de pequeñas y medianas empresas. La inversión en carteras microfinancieras podría destinarse a otras estrategias de desarrollo, con mayor impacto a largo plazo en la base industrial de un país y con una mayor capacidad para generar empleos productivos. En lugar de eso, se financia la proliferación de vendedores de chucherías (hordes of trinket-vendors). “Estos argumentos, tan arduamente debatidos, no aparecen en el paper”, critica Sinclair. En relación con esto, el autor señala también el riesgo de canibalización empresarial o efectos colaterales de prestatarios sobre no prestatarios, que algunos escépticos de las microfinanzas invocan, y que el estudio menciona (business stealing) sin profundizar.

La crítica apunta además a desmitificar la idea de que las microfinanzas financian a emprendedores y sirven a la creación de empresas en la base de la pirámide (“el mantra de las microfinanzas”, según Sinclair). Esto parece reñirse con los hechos: de acuerdo con el estudio del IPA sólo el 51% de las mujeres prestatarias de la muestra reúnen las condiciones de microemprendedoras.

Con algunas ambivalencias, con un énfasis puesto en ver el lado positivo de resultados apenas mediocres, el optimismo del estudio parece ser el del “vaso medio lleno”, sugiere Sinclair.

Y su conclusión es: se trata de un documento riguroso que extrae cada elemento positivo posible del conjunto de datos. Y que debiera ser leído con interés y prudencia, en igual proporción.

Referencia

Win Some Lose Some? Evidence from a Randomized Microcredit Program Placement Experiment by Compartamos Banco (Economic Growth Center, Yale University, por Manuela Angelucci-University of Michigan, Dean Karlan-Yale University y Jonathan Zinman-Darmouth College, discussion paper N° 1.026, mayo de 2013, New Haven).

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