(Mundo
Microfinanzas) Hugh Sinclair, el herético refutador de las microfinanzas, ha
salido al cruce del reciente estudio de impacto con clientes de Compartamos
patrocinado por Yale University. El artículo de Sinclair (Disguised Mediocrity –
the quest for POSITIVE impact results at Compartamos, agosto de 2013),
publicado en su blog en el sitio de MFTransparency, no llega a ser belicoso. El
autor es respetuoso del trabajo de sus colegas, pero no se priva de deslizar críticas
y llamar la atención sobre aquellos aspectos ambivalentes, algo “maquillados”
del estudio.
Hugh Sinclair |
El estudio
de impacto Win Some Lose Some? Evidence from a Randomized Microcredit Program Placement Experiment by Compartamos Banco, publicado en mayo y hecho por
reconocidos investigadores de la organización Innovations for Poverty Action
(IPA), sostiene que los efectos promedio del microcrédito sobre un grupo de
clientes mujeres de Compartamos en México, a una tasa de porcentaje anual del
110%, se traducen en algún bienestar y en pocos daños para los prestatarios.
Sinclair,
sin embargo, destaca el carácter “superficialmente positivos” de los resultados
del estudio. Y sugiere que la investigación parece apuntar contra la crítica
creciente sobre las microfinanzas y el temor de que los microcréditos puedan
provocar más daños que beneficios en sus clientes. El microcrédito ayuda a los
pobres después de todo, parece ser el mensaje del estudio.
El autor de
Confessions of a Microfinance Heretic se propone analizar detalladamente los
resultados, profundizar en sus conclusiones y examinar si, una vez afinados los
argumentos, el supuesto impacto positivo de las microfinanzas no acaba por languidecer.
Como es
característico de los investigadores del IPA, el estudio con los clientes de
Compartamos utiliza la metodología del ensayo de control aleatorio, técnica
experimental ampliamente utilizada para medir la eficacia de políticas públicas
y de desarrollo, aunque no exenta de críticas. Se trata de un método, explica
Sinclair, que parte la muestra entre aquellos que reciben un crédito y aquellos
que no -de modo similar a los “grupos de control” en las experimentaciones
médicas- para observar a posteriori las diferencias entre uno y otro. Sin
embargo, el autor no se detiene en ver posibles defectos de la metodología en
el estudio del IPA sino en cómo se presentan sus resultados.
Críticas,
elipsis y matizaciones
Tomaremos
algunos elementos de la crítica de Sinclair.
El artículo
comienza poniendo el ojo en el controvertido tema de las tasas y el costo del
microcrédito. Se parte de la tasa de porcentaje anual (APR, por su sigla en
inglés), del orden del 110%, presuponiéndose una tasa de interés del 100% (aquí
Sinclair señala que la fuente no es clara). Él lamenta también que no
queda claro si el APR incluye el IVA y el ahorro forzoso, que de sumarse podrían elevar el costo global.
El autor
cita el análisis de David Roodman sobre las tasas de interés cobradas por Compartamos, en el que se muestra cómo la tasa anual no combinada del 79,13% se incrementa
al 87,03% cuando se consideran los ahorros forzosos. Y cuando se incluye el
costo del IVA la tasa de incrementa al 101,1%. Considerando el efecto de composición el incremento
del APR llegaría al 195%, estima Sinclair.
A ello agrega otros ítems que eventualmente podrían encarecer el costo total del crédito.
Los clientes cancelan sus créditos en el banco o en la tienda de conveniencia,
no mencionándose si el gasto corre por cuenta de Compartamos o del cliente.
Otro de los
aspectos que aborda la crítica de Sinclair es el relativo a la discusión sobre
si las microfinanzas constituyen una herramienta válida de desarrollo. El autor
parece echar de menos que esta dimensión teórica no sea considerada por el
estudio en todas sus consecuencias. Los peligros del sobreendeudamiento y la
falta de evidencias de un impacto positivo en la reducción de la pobreza son
mencionados como “dificultades potenciales”.
Esta es una
visión estrecha, cuestiona Sinclair. Y remite a las críticas de Milford Bateman,
según las cuales las microfinanzas trivializan la base industrial de los países
y limitan la formación de pequeñas y medianas empresas. La inversión en carteras
microfinancieras podría destinarse a otras estrategias de desarrollo, con mayor
impacto a largo plazo en la base industrial de un país y con una mayor
capacidad para generar empleos productivos. En lugar de eso, se financia la proliferación
de vendedores de chucherías (hordes of trinket-vendors). “Estos argumentos, tan
arduamente debatidos, no aparecen en el paper”, critica Sinclair. En relación
con esto, el autor señala también el riesgo de canibalización empresarial o
efectos colaterales de prestatarios sobre no prestatarios, que algunos
escépticos de las microfinanzas invocan, y que el estudio menciona (business
stealing) sin profundizar.
La crítica
apunta además a desmitificar la idea de que las microfinanzas financian a
emprendedores y sirven a la creación de empresas en la base de la pirámide (“el
mantra de las microfinanzas”, según Sinclair). Esto parece reñirse con los
hechos: de acuerdo con el estudio del IPA sólo el 51% de las mujeres
prestatarias de la muestra reúnen las condiciones de microemprendedoras.
Con algunas
ambivalencias, con un énfasis puesto en ver el lado positivo de resultados
apenas mediocres, el optimismo del estudio parece ser el del “vaso medio lleno”,
sugiere Sinclair.
Y su
conclusión es: se trata de un documento riguroso que extrae cada elemento positivo
posible del conjunto de datos. Y que debiera ser leído con interés y prudencia,
en igual proporción.
Referencia
Win Some Lose Some? Evidence from a Randomized
Microcredit Program Placement Experiment by Compartamos Banco (Economic Growth
Center, Yale University, por Manuela Angelucci-University of Michigan, Dean
Karlan-Yale University y Jonathan Zinman-Darmouth College, discussion paper N°
1.026, mayo de 2013, New Haven).
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