(Mundo
Microfinanzas) Tienes en tus manos un libro que trata sobre la posibilidad de
vencer la pobreza mundial a través de la donación. Lo primero que supones es:
“Bien, se trata de un libro escrito para millonarios, con la idea de
convencerlos de ser más generosos en sus ayudas a las personas que más sufren...”
Y uno se
predispone, así, a esperar argumentos filosóficos, morales y religiosos que busquen
impactar en el buen corazón de los hombres y mujeres más ricos del planeta.
Sin embargo
no.
En las
primeras líneas, el autor interpela al lector y le pregunta si, mientras está
leyendo este libro, tiene una botella de agua mineral cerca. El caso era que
sí.
“Si
compramos bebidas aun cuando el agua del grifo de casa es potable -nos dice el
autor- entonces tenemos dinero de sobra para gastarlo en cosas que en realidad
son innecesarias. En el mundo hay mil millones de personas que luchan cada día
por sobrevivir con menos dinero del que hemos pagado por esas bebidas”.
Gluuuppp.
Yo mismo
puedo ser destinatario del libro. Alguien como uno, que ha crecido en la
austeridad como norma, acostumbrado más bien a administrar escaseces que excedentes,
es un potencial donante.
Peter
Singer, filósofo australiano, publicó originalmente este libro en 2009 en Estados Unidos y Canadá, bajo el título de The
life you can save. Tres años después ha encontrado traducción castellana.
Ignoramos qué recepción ha tenido el libro y si es que sus argumentos -convincentes,
por cierto- han contribuido a incrementar los niveles de donación para
programas filantrópicos en los países más pobres. Lo cierto es que, si bien
cada experiencia de lectura es personal e intransferible, resulta difícil
recorrer sus doscientas páginas y no sentirse tocado.
La
hipótesis central del libro es muy clara: si reconocemos la relevancia ética de
la donación, y actuamos en consecuencia, habría suficiente dinero para poner
fin a la pobreza extrema.
El libro
está organizado en cuatro secciones. A los fines de abreviar este comentario, digamos
que hay dos partes más o menos nítidas. La primera parte es argumental y
especulativa; la segunda es pragmática, nos impele a la acción.
En la
primera parte el autor se esfuerza en demostrar por qué si no aportamos dinero
a organismos de ayuda internacional estamos haciendo algo incorrecto. Cabe
repetir: no se está dirigiendo sólo a millonarios (aunque claramente son el
destinatario prioritario). Se dirige a una porción vasta de ciudadanos que
efectúan gastos más o menos superfluos y, en un sentido algo más restringido, a
quienes “disponen de más dinero del que son capaces de gastar razonablemente”.
Singer
refuta una serie de argumentos o coartadas que suelen esgrimir, con mayor o
menor razón, quienes se niegan a donar o se rehúsan a una donación más sustancial. Se
invoca por ejemplo la incertidumbre acerca del resultado de nuestro sacrificio
(¿cómo sé si el dinero que dono ayuda efectivamente a paliar el hambre y no a
engordar una burocracia?). Se arguye en términos de “lejanía” o dificultad por
ponerse en el lugar de un otro remoto (el “provincianismo” de quien prefiere
ayudar a un amigo o un pariente en problemas que a un desconocido, en regiones donde
la gente muere de hambre o muere por enfermedades prevenibles, al no poder
acceder a una medicina).
Sin
profundizar demasiado (el libro no apunta tanto a la teoría sino a una praxis moral),
el autor recorre distintas tradiciones teóricas y religiosas que han
reflexionado sobre esta capacidad empática. Sobre esta ética consistente en ponerse
en el lugar del otro y, ante todo, en el lugar del más débil, del más pobre y
de quien más sufre. Desde Locke hasta Marx, pasando por las tradiciones judía,
islámica, cristiana, las filosofías orientales; el supuesto self-interest de
los norteamericanos, de acuerdo con Tocqueville; algunos exponentes de la
filosofía occidental (desde luego Kant).
Esta
primera parte es interesante, aunque discutible. Con algo de candor, el autor
reconoce: “El mundo sería un lugar mucho más sencillo si pudiéramos producir
cambios sociales mediante la mera exposición de una argumentación moral
consistente”.
Muchos de
los ejemplos de predisposición de las personas a donar, elaborados a partir de ensayos
de psicología experimental, son sugerentes aunque con cierta debilidad
explicativa.
Por
momentos, además, el discurso de Singer se aproxima a la auto-mortificación.
Leemos así una cita atribuida al teólogo y jurista escolástico Graciano: “De
los hambrientos es el pan que tú tienes; de los desnudos, las ropas que tú
almacenas; y es rescate y liberación de los desgraciados el dinero que tú
escondes en la tierra”.
Otra cosa
es la segunda parte del libro que, como dijimos, es más pragmática. Apunta
concretamente a persuadir sobre “una nueva escala para hacer donaciones”.
La
transformación interior
Lo más
interesante que se lee en esta segunda parte del libro no son tanto los
resultados y limitaciones objetivas de algunos programas financiados por
donantes (el Millennium Villages Project, experiencias en el combate contra
enfermedades infecciosas en África, proyectos de microcrédito en Asia), sino las
transformaciones subjetivas de quienes deciden desprenderse de su dinero para
donarlo a una organización de lucha contra la pobreza.
Aclaremos
que en ningún momento el autor parece soslayar la importancia de regulaciones
progresistas que orienten los excedentes de los ricos a las necesidades de los
más pobres. Él prefiere enfocarse en -según sus palabras- “lo que deberíamos
escoger hacer con nuestro dinero si queremos vivir de un modo ético”.
Algunos
testimonios presentados por el autor conmueven. En muchos casos no se trata de
filántropos notables ni siquiera demasiado millonarios -en un mundo donde hasta
la solidaridad se espectaculariza y donde abundan los Tartufos fingidores,
hipócritas, falsos altruistas-. No. Apenas hombres y mujeres con una renta lo suficientemente
holgada como para vivir con lo necesario, dedicar su poca o mucha fortuna a
mejorar la vida de otros y sentir interiormente en ello una realización -algo parecido
a una serena felicidad-.
¿Hasta
dónde donar? ¿Hasta qué punto de mis posibilidades debo donar? ¿El 5% de mi
renta anual?, ¿10%? El autor ofrece algunas tablas, cálculos y parámetros en
los que cada uno hará su propia cuenta de acuerdo a su escala de valores (éticos
y económicos). Expresado a modo de conclusión moral, y no exenta de lo que
podríamos llamar cierto “candor intelectual”, Singer propone:
“Para ser
buenas personas debemos hacer donaciones hasta el punto que, si hiciéramos más,
nos infligiríamos a nosotros mismos un mal de igual proporción al de aquel que
queremos evitar con nuestra donación”.
Contra la
idea (kantiana) de que los imperativos morales deben responder a leyes
universales y atemporales, Salvar una vida parece proponernos un compromiso
personal frente a la pobreza que es de este tiempo y de este mundo. El texto de
Singer nos habla menos del hecho objetivo de la donación que de la
transformación subjetiva del donante. Propone una ética de la donación así como
una ascesis, una práctica del desprendimiento. Una interpelación filosófica y
moral ante la cual difícilmente un lector no se sienta alcanzado.
Referencia
SINGER,
Peter: Salvar una vida. Cómo terminar con la pobreza (Katz Editores, Capital
Intelectual, septiembre de 2012, Buenos Aires. Traducción de Ricardo García
Pérez).
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