(Mundo Microfinanzas) Mary, una laboriosa habitante de Villa Olimpia, en
las barriadas populares del oeste del Gran Buenos Aires, suelta un par de
frases que podrían funcionar como epígrafes de todo proyecto que aborde críticamente
el rol del crédito en los sectores más pobres de la sociedad, en su riesgosa y
dramática frontera de solución/problema, remedio/enfermedad:
- “No tenemos ahorro pero tenemos deudas”
- “Con las chapitas [por las tarjetas de crédito] vivís, pero
no respirás”
Más que deslindar estas fronteras, las frases de Mary parecen fundirlas.
El resultado de las adversativas, en ambos casos, es paradójico. No sabemos de
qué lado del “pero” está la parte más atenuada de la afirmación, ni si hay
alguna involuntaria ironía.
Pero atención, sólo estamos frente al dinero prestado, una de las tantas
piezas que conforman el rompecabezas del mundo popular latinoamericano, si
utilizamos al dinero como vector para el análisis.
El ejercicio de unir cada partecita y reconstruir la totalidad de ese
“laboratorio del dinero” ha sido el objetivo de Ariel Wilkis, director de la
carrera de Sociología de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), de
Argentina, en su libro Las sospechas del dinero. Moral y economía en la vida
popular, publicado por Paidós.
“En el D.F. mexicano, en La Paz o en el Gran Buenos Aires, los mercados
populares están repletos de mercancías y de dinero, que se funden con los
sueños y las esperanzas de las miles de personas que transitan por sus calles y
sus puestos precarios. En mercados como Tepito, El Alto o La Salada se respira
una misma atmósfera, impregnada de las expectativas de ganar y de gastar
dinero”, dice el autor en la introducción.
Esta energética del dinero se palpa en cada página del libro.
La investigación propone un recorrido por cada uno de los eslabones de
la sociabilidad económica del pobre (eslabones sólo en un sentido analítico,
pues en la práctica las piezas se solapan, se complementan, y a veces
colisionan). El propósito es ver cómo funciona cada una de estas piezas, los
vínculos, jerarquías, negociaciones y compromisos que ponen de manifiesto, así
como sus expresiones en tanto “unidad de cuenta moral”, ya que el dinero se ve
aquí en sus positividades, como fuente de reconocimiento de virtudes.
Es decir, no en su sentido de mediador abstracto e impersonal. El autor
toma distancia y confronta contra la opinión según la cual el dinero es fuente
de sospecha y corrupción (en la sociedad en general, pero particularmente en el
mundo popular). El libro de Wilkis muestra que detrás de la simplificación y
linealidad del estigma hay una trama compleja, que es necesario reconstruir
si queremos entender a los pobres en su robinsoniana pugna por subsistir, por
lidiar entre escaseces, pero también como consumidores, emprendedores y actores
en el escenario de la llamada “globalización popular desde abajo”.
Armando piezas
Como “el zahir” del cuento de Borges, con cuya frase final se abre el
libro de Wilkis (“quizás detrás de la moneda esté Dios”), o como la moneda de
diez liras -podríamos agregar- que concatena las historias de El denario del
sueño, de Marguerite Yourcenar, el dinero en el análisis del investigador
argentino aparece en su circulación, en el roce y pasaje de una situación a
otra en la vida cotidiana de los pobres. El texto puede leerse incluso como
sucesivos dramas de situación, en el teatro social de las “villas” y barrios
precarizados de la Argentina.
Villa Olimpia es un asentamiento recién urbanizado, poblado
mayoritariamente por trabajadores paraguayos provenientes de distintas olas migratorias.
Mary, una mujer de 58 años y veinticinco viviendo en la villa, es una de las
informantes o “personajes” de cuyas vicisitudes se estructura el contenido del
libro. Durante su trabajo de campo, el autor ha logrado ganarse la confianza de
estas familias, insertarse en su medio y palpar la rudeza de sus contingencias. El libro es producto de la reflexión sobre esa
experiencia.
¿Y cuáles son esas piezas de dinero?
El autor comienza por lo que llama el dinero donado, deteniéndose en los
litigios morales acerca del dinero público. Señala la importancia del dinero
público en la economía de los sectores más relegados en
América Latina, sobre todo en los últimos años con la generalización de las
transferencias monetarias condicionadas. Las sospechas que el uso de este
dinero público despiertan en buena parte de las clases medias argentinas aún
persisten, agudizadas a partir de 2009 con el lanzamiento de la Asignación
Universal por Hijo, la política social emblema del gobierno. Para Wilkis, “los
litigios morales que acompañaron la transferencia del dinero público en calidad
de asistencia social lo convirtieron en un dinero donado”.
En conexión con esto, una arista tal vez más polémica: el dinero
militado. El autor lo vincula con los avances en los procesos de
democratización en la región. Es el dinero, también público, que tiene como
contraprestación servicios de apoyo y militancia política. En Villa Olimpia
gran parte del nervio del dinero militado pasa por Salcedo, especie de caudillo
o “puntero” del partido de gobierno, eje por medio del cual se distribuyen
estos recursos, con fuerte peso moral: a su alrededor se tejen redes de
confianza, pero también de competencia, rivalidad y tensión. Como con la pieza
anterior: si se soslaya la positividad que cumple el dinero militado en la
dinámica de la economía popular, nos aproximamos a las impugnaciones recurrentes:
clientelismo, compra-venta de voluntades, afirma el autor.
La pieza del dinero sacrificado, en tanto, nos lleva al terreno de la
religiosidad popular, donde tienen intervención organizaciones tradicionales como
Cáritas pero también otras más recientes, como las pentecostales, que desde la
perspectiva de la sospecha están acusadas de “contagiar el individualismo y la
mercantilización de la fe que manipula a los pobres”. Desde aquí se construye
una subjetividad, que el autor llama el ethos caritativo, que compite con la
mediación política y genera conflictos entre fuentes de reconocimiento de
virtudes (“lo que repartimos no nos pertenece”, destacan sus cultores).
Con el dinero ganado vemos el perfil más clásico del emprendedor. Mary
compra ropa en la popular feria nocturna conocida como La Salada, en el
conurbano sur bonaerense, para luego venderla a crédito en Villa Olimpia. Sobre
La Salada pesan los más variados anatemas: feria de lo ilegal, de las réplicas,
lo “trucho” (que en lexicografía rioplatense designa lo falsificado). En esta
pieza sale a flote el costado arltiano de los “personajes” de Wilkis: se sueña
con containers llenos de mercaderías traídas de China para vender en las
barriadas populares sudamericanas. El dinero ganado también está asociado con
los valores de la independencia y la autoestima, en especial de la mujer:
Marga, por ejemplo, ha logrado quebrar la dependencia económica de su marido
instalando un negocio en su propia casa y superponiendo espacialmente lo
comercial y lo doméstico (le fue bien con el proyecto y al final se separó).
Pero también es dinero ganado mediante negocios ilegales: quiniela clandestina,
mercado de bienes robados…
El capital moral
El dinero cuidado nos lleva a explorar el universo familiar, en la
economía de los afectos. Es también el lugar preponderante de la mujer, en la
gestión de recursos escasos (“matriarcado presupuestario”), y la regulación del
rol de los hijos varones solteros, con su obligación de aportar al sustento del
hogar. Se trata de una pieza que comporta concesiones y negociaciones,
solidaridades y conflictos. Aparece el ahorro como estrategia prominente de
cuidado. El parámetro moral para medir el derecho de entrada a las roscas o
círculos comunitarios de ahorro. Y ese implacable scoring popular que se bate
sobre quien defrauda al círculo (“si no se pone la plata, te hacemos la cruz”).
En las clases populares, ahorrar es separar: “Cuando tenés la plata, te la
gastás. Antes (…) todo mi sueldo se iba en regalos, soy muy regalera… Ahora va
al círculo”, le confió Mirta, una almacenera de Villa Olimpia, al autor.
Y finalmente, el dinero prestado, esa especie de “memoria del futuro”
que es el endeudamiento. En el endeudamiento popular cobra mayor nitidez la
gravitación moral del crédito: sólo se presta a quien demuestra tener capital
moral como garantía. Wilkis analiza ingresos y egresos monetarios de varias
familias de Villa Olimpia durante un mes. Y detecta el peso, en algunos casos
agobiante, que tiene la cancelación de deudas. El autor señala en tal sentido
la explosión del financiamiento del consumo, que en Argentina se incrementó 23
veces de 2003 a 2012. Interesante además la distinción que propone Wilkis entre
dos regímenes morales aplicados por establecimientos comerciales próximos a
estos barrios: unos venden bienes de consumo financiados a clientes que
supieron ganarse un capital moral; otros, enconados con sus vecinos tras los
episodios de saqueos en la crisis de 2001, aplican el "pago adelantado",
reservando el producto cuando el cliente paga la primera cuota y entregándolo una
vez que éste cancela la última (curioso instrumento de pago consistente en “definir
como sujeto de confianza no al deudor sino al acreedor”). Y también la
distinción entre las agencias de crédito personal, que paradójicamente operan
bajo el signo de la impersonalidad y lo expeditivo (los demandantes deben
probar estabilidad laboral y residencial, mientras que las transacciones se
aprueban o se descartan rápidamente), e instituciones de microcrédito que
trabajan con la figura del “pobre meritocrático”, cumplidores, que oponen a su
falta de garantías el capital moral (el autor menciona los casos de Banco
Azteca y de Fie Gran Poder, que utiliza metodología microfinanciera boliviana
con clientes en su mayor parte inmigrantes, en los barrios suburbanos de Buenos
Aires).
De acuerdo con Wilkis, “la noción de capital moral permite comprender
tanto esa dinámica de desigualdad en el acceso al crédito como mostrar su
capacidad multiplicadora de capital económico”.
Lo importante es ver a todas estas piezas funcionando en su conjunto y
en sus fricciones. Ninguna de ellas reúne por sí sola “todo el consenso de lo
que posee valor”. En su recorrido, el investigador halló en el dinero un “instrumento
de ruptura frente a las representaciones discontinuas del mundo popular. Me
guió para no congelar formas de hacer, sentir y pensar”.
El resultado ha sido feliz. Uno puede asomarse a la intimidad de esas
familias y reflexionar, junto con el autor, sobre la incidencia de lo monetario
en las distintas facetas de la sociabilidad de los pobres. Uno también puede
aprender a revisar lo que antes tenía como prejuicio. El enfoque del autor, sin
embargo, resiste menos cuando se contrapone una lógica más general, no centrada
en los códigos de la clase popular (difícil no ver como clientelismo político
el intercambio de favores para determinada facción; difícil no ver el trasfondo
violento en la circulación de objetos de los chorros, “quienes vendían lo que
hurtaban fuera del barrio”). El texto de Wilkis puede ser leído perfectamente
por no especialistas y no académicos, sin que ello vaya en detrimento de su
profundidad. Es mérito de la escritura la amena combinación de registros y
géneros que a la luz del discurso científico podrían verse como “menores”: la
crónica periodística o la historia de vida, amalgamadas armónicamente con
las convenciones académicas (mucha cita de la sociología y antropología
francesas), el apunte etnográfico y, al final del libro, el esbozo programático
de lo que podría ser una sociología subalternista e incluso -no sin alguna
violencia epistemológica- una sociología latinoamericana.
El ensayo contiene gran parte del trabajo de doctorado realizado por el
autor para la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (Ehess) y la
Universidad de Buenos Aires (UBA).
Referencia
Las sospechas del dinero. Moral y economía en la vida popular (por Ariel
Wilkis, Paidós, 2013, Buenos Aires)
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