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miércoles, 26 de febrero de 2014

El dinero en manos de los pobres: Estigma y otras discontinuidades


(Mundo Microfinanzas) Mary, una laboriosa habitante de Villa Olimpia, en las barriadas populares del oeste del Gran Buenos Aires, suelta un par de frases que podrían funcionar como epígrafes de todo proyecto que aborde críticamente el rol del crédito en los sectores más pobres de la sociedad, en su riesgosa y dramática frontera de solución/problema, remedio/enfermedad:

- “No tenemos ahorro pero tenemos deudas”

- “Con las chapitas [por las tarjetas de crédito] vivís, pero no respirás”

Más que deslindar estas fronteras, las frases de Mary parecen fundirlas. El resultado de las adversativas, en ambos casos, es paradójico. No sabemos de qué lado del “pero” está la parte más atenuada de la afirmación, ni si hay alguna involuntaria ironía.

Pero atención, sólo estamos frente al dinero prestado, una de las tantas piezas que conforman el rompecabezas del mundo popular latinoamericano, si utilizamos al dinero como vector para el análisis.

El ejercicio de unir cada partecita y reconstruir la totalidad de ese “laboratorio del dinero” ha sido el objetivo de Ariel Wilkis, director de la carrera de Sociología de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), de Argentina, en su libro Las sospechas del dinero. Moral y economía en la vida popular, publicado por Paidós.

“En el D.F. mexicano, en La Paz o en el Gran Buenos Aires, los mercados populares están repletos de mercancías y de dinero, que se funden con los sueños y las esperanzas de las miles de personas que transitan por sus calles y sus puestos precarios. En mercados como Tepito, El Alto o La Salada se respira una misma atmósfera, impregnada de las expectativas de ganar y de gastar dinero”, dice el autor en la introducción.

Esta energética del dinero se palpa en cada página del libro.

La investigación propone un recorrido por cada uno de los eslabones de la sociabilidad económica del pobre (eslabones sólo en un sentido analítico, pues en la práctica las piezas se solapan, se complementan, y a veces colisionan). El propósito es ver cómo funciona cada una de estas piezas, los vínculos, jerarquías, negociaciones y compromisos que ponen de manifiesto, así como sus expresiones en tanto “unidad de cuenta moral”, ya que el dinero se ve aquí en sus positividades, como fuente de reconocimiento de virtudes.

Es decir, no en su sentido de mediador abstracto e impersonal. El autor toma distancia y confronta contra la opinión según la cual el dinero es fuente de sospecha y corrupción (en la sociedad en general, pero particularmente en el mundo popular). El libro de Wilkis muestra que detrás de la simplificación y linealidad del estigma hay una trama compleja, que es necesario reconstruir si queremos entender a los pobres en su robinsoniana pugna por subsistir, por lidiar entre escaseces, pero también como consumidores, emprendedores y actores en el escenario de la llamada “globalización popular desde abajo”.

Armando piezas

Como “el zahir” del cuento de Borges, con cuya frase final se abre el libro de Wilkis (“quizás detrás de la moneda esté Dios”), o como la moneda de diez liras -podríamos agregar- que concatena las historias de El denario del sueño, de Marguerite Yourcenar, el dinero en el análisis del investigador argentino aparece en su circulación, en el roce y pasaje de una situación a otra en la vida cotidiana de los pobres. El texto puede leerse incluso como sucesivos dramas de situación, en el teatro social de las “villas” y barrios precarizados de la Argentina.

Villa Olimpia es un asentamiento recién urbanizado, poblado mayoritariamente por trabajadores paraguayos provenientes de distintas olas migratorias. Mary, una mujer de 58 años y veinticinco viviendo en la villa, es una de las informantes o “personajes” de cuyas vicisitudes se estructura el contenido del libro. Durante su trabajo de campo, el autor ha logrado ganarse la confianza de estas familias, insertarse en su medio y palpar la rudeza de sus contingencias. El libro es producto de la reflexión sobre esa experiencia.

¿Y cuáles son esas piezas de dinero?

El autor comienza por lo que llama el dinero donado, deteniéndose en los litigios morales acerca del dinero público. Señala la importancia del dinero público en la economía de los sectores más relegados en América Latina, sobre todo en los últimos años con la generalización de las transferencias monetarias condicionadas. Las sospechas que el uso de este dinero público despiertan en buena parte de las clases medias argentinas aún persisten, agudizadas a partir de 2009 con el lanzamiento de la Asignación Universal por Hijo, la política social emblema del gobierno. Para Wilkis, “los litigios morales que acompañaron la transferencia del dinero público en calidad de asistencia social lo convirtieron en un dinero donado”.

En conexión con esto, una arista tal vez más polémica: el dinero militado. El autor lo vincula con los avances en los procesos de democratización en la región. Es el dinero, también público, que tiene como contraprestación servicios de apoyo y militancia política. En Villa Olimpia gran parte del nervio del dinero militado pasa por Salcedo, especie de caudillo o “puntero” del partido de gobierno, eje por medio del cual se distribuyen estos recursos, con fuerte peso moral: a su alrededor se tejen redes de confianza, pero también de competencia, rivalidad y tensión. Como con la pieza anterior: si se soslaya la positividad que cumple el dinero militado en la dinámica de la economía popular, nos aproximamos a las impugnaciones recurrentes: clientelismo, compra-venta de voluntades, afirma el autor.

La pieza del dinero sacrificado, en tanto, nos lleva al terreno de la religiosidad popular, donde tienen intervención organizaciones tradicionales como Cáritas pero también otras más recientes, como las pentecostales, que desde la perspectiva de la sospecha están acusadas de “contagiar el individualismo y la mercantilización de la fe que manipula a los pobres”. Desde aquí se construye una subjetividad, que el autor llama el ethos caritativo, que compite con la mediación política y genera conflictos entre fuentes de reconocimiento de virtudes (“lo que repartimos no nos pertenece”, destacan sus cultores).

Con el dinero ganado vemos el perfil más clásico del emprendedor. Mary compra ropa en la popular feria nocturna conocida como La Salada, en el conurbano sur bonaerense, para luego venderla a crédito en Villa Olimpia. Sobre La Salada pesan los más variados anatemas: feria de lo ilegal, de las réplicas, lo “trucho” (que en lexicografía rioplatense designa lo falsificado). En esta pieza sale a flote el costado arltiano de los “personajes” de Wilkis: se sueña con containers llenos de mercaderías traídas de China para vender en las barriadas populares sudamericanas. El dinero ganado también está asociado con los valores de la independencia y la autoestima, en especial de la mujer: Marga, por ejemplo, ha logrado quebrar la dependencia económica de su marido instalando un negocio en su propia casa y superponiendo espacialmente lo comercial y lo doméstico (le fue bien con el proyecto y al final se separó). Pero también es dinero ganado mediante negocios ilegales: quiniela clandestina, mercado de bienes robados…

El capital moral

El dinero cuidado nos lleva a explorar el universo familiar, en la economía de los afectos. Es también el lugar preponderante de la mujer, en la gestión de recursos escasos (“matriarcado presupuestario”), y la regulación del rol de los hijos varones solteros, con su obligación de aportar al sustento del hogar. Se trata de una pieza que comporta concesiones y negociaciones, solidaridades y conflictos. Aparece el ahorro como estrategia prominente de cuidado. El parámetro moral para medir el derecho de entrada a las roscas o círculos comunitarios de ahorro. Y ese implacable scoring popular que se bate sobre quien defrauda al círculo (“si no se pone la plata, te hacemos la cruz”). En las clases populares, ahorrar es separar: “Cuando tenés la plata, te la gastás. Antes (…) todo mi sueldo se iba en regalos, soy muy regalera… Ahora va al círculo”, le confió Mirta, una almacenera de Villa Olimpia, al autor.

Y finalmente, el dinero prestado, esa especie de “memoria del futuro” que es el endeudamiento. En el endeudamiento popular cobra mayor nitidez la gravitación moral del crédito: sólo se presta a quien demuestra tener capital moral como garantía. Wilkis analiza ingresos y egresos monetarios de varias familias de Villa Olimpia durante un mes. Y detecta el peso, en algunos casos agobiante, que tiene la cancelación de deudas. El autor señala en tal sentido la explosión del financiamiento del consumo, que en Argentina se incrementó 23 veces de 2003 a 2012. Interesante además la distinción que propone Wilkis entre dos regímenes morales aplicados por establecimientos comerciales próximos a estos barrios: unos venden bienes de consumo financiados a clientes que supieron ganarse un capital moral; otros, enconados con sus vecinos tras los episodios de saqueos en la crisis de 2001, aplican el "pago adelantado", reservando el producto cuando el cliente paga la primera cuota y entregándolo una vez que éste cancela la última (curioso instrumento de pago consistente en “definir como sujeto de confianza no al deudor sino al acreedor”). Y también la distinción entre las agencias de crédito personal, que paradójicamente operan bajo el signo de la impersonalidad y lo expeditivo (los demandantes deben probar estabilidad laboral y residencial, mientras que las transacciones se aprueban o se descartan rápidamente), e instituciones de microcrédito que trabajan con la figura del “pobre meritocrático”, cumplidores, que oponen a su falta de garantías el capital moral (el autor menciona los casos de Banco Azteca y de Fie Gran Poder, que utiliza metodología microfinanciera boliviana con clientes en su mayor parte inmigrantes, en los barrios suburbanos de Buenos Aires).

De acuerdo con Wilkis, “la noción de capital moral permite comprender tanto esa dinámica de desigualdad en el acceso al crédito como mostrar su capacidad multiplicadora de capital económico”.

Lo importante es ver a todas estas piezas funcionando en su conjunto y en sus fricciones. Ninguna de ellas reúne por sí sola “todo el consenso de lo que posee valor”. En su recorrido, el investigador halló en el dinero un “instrumento de ruptura frente a las representaciones discontinuas del mundo popular. Me guió para no congelar formas de hacer, sentir y pensar”.

El resultado ha sido feliz. Uno puede asomarse a la intimidad de esas familias y reflexionar, junto con el autor, sobre la incidencia de lo monetario en las distintas facetas de la sociabilidad de los pobres. Uno también puede aprender a revisar lo que antes tenía como prejuicio. El enfoque del autor, sin embargo, resiste menos cuando se contrapone una lógica más general, no centrada en los códigos de la clase popular (difícil no ver como clientelismo político el intercambio de favores para determinada facción; difícil no ver el trasfondo violento en la circulación de objetos de los chorros, “quienes vendían lo que hurtaban fuera del barrio”). El texto de Wilkis puede ser leído perfectamente por no especialistas y no académicos, sin que ello vaya en detrimento de su profundidad. Es mérito de la escritura la amena combinación de registros y géneros que a la luz del discurso científico podrían verse como “menores”: la crónica periodística o la historia de vida, amalgamadas armónicamente con las convenciones académicas (mucha cita de la sociología y antropología francesas), el apunte etnográfico y, al final del libro, el esbozo programático de lo que podría ser una sociología subalternista e incluso -no sin alguna violencia epistemológica- una sociología latinoamericana.

El ensayo contiene gran parte del trabajo de doctorado realizado por el autor para la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (Ehess) y la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Referencia

Las sospechas del dinero. Moral y economía en la vida popular (por Ariel Wilkis, Paidós, 2013, Buenos Aires)

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