Este artículo se publicó el 10 de febrero de 2014 originalmente en
inglés, bajo el título The Kiva Fairytale: it’s a microlending superstar, but who is it really serving?, en un blog alojado en el sitio Next Billion. Traducción al castellano de Mundo Microfinanzas, con revisión del autor.
(Por Hugh Sinclair, Mundo Microfinanzas) Los economistas
conductuales desafían cada vez más la hipótesis según la cual nos comportamos
de un modo racional. La sola existencia de Kiva es testimonio de tal
preocupación. Su estrellato se aviene a todas las características de burbuja o
de decepción, si bien alimentado más por la euforia que por la codicia. Su
éxito nos habla a las claras de los riesgos ocultos en iniciativas anti-pobreza
y de la debilidad de la naturaleza humana.
Los antecedentes
Inspirada por Muhammad Yunus, una pareja entusiasta pero inexperta, con
MBAs recién estrenados, decidieron salvar al mundo con una punto-com a tono con
la moda (creando además empleos de alto perfil para ellos mismos). Pusieron en
marcha una website para permitir a la gente (aparentemente) prestar pequeñas
sumas de dinero a través de internet a emprendedores de bajos ingresos, sobre
la base de sus historias individuales como solicitantes de préstamos. La idea
prendió de una manera asombrosa. De hecho el modelo de negocio no es escalable,
pero eso parece que nadie lo notó. Sus fundadores se pasearon por los
principales talk-shows de los Estados Unidos, la idea atrajo a celebridades, la
pareja se divorció y Kiva mutó en bestia. Aunque se trata de una organización
sin fines de lucro que no cobra intereses directamente sobre sus préstamos
(dejando esa parte al arbitrio de las IMFs con las que trabaja), Kiva atrae hoy
apoyos y e ingresos anuales por más de US$ 17 millones.
Impacto cero (en una jornada buena)
¿Kiva funciona? En términos de disminución de la pobreza a través del
microcrédito -en principio la meta de Kiva-, la respuesta es que no. Pese a
muchos años de intentarlo, académicos independientes no han sido capaces de
encontrar datos convincentes que confirmen que comprometiendo financieramente a
los pobres habremos de tener un impacto positivo en la reducción de la pobreza.
David Roodman, del Center for Global Development, sintetizó su impacto de
manera clara: “Cero”. Con tasas de interés que pueden aproximarse al 100 por
ciento, no es difícil ver cómo el microcrédito puede, no ya hacer decrecer,
sino más bien incrementar de manera progresiva la pobreza, como dolorosamente
lo ha demostrado la crisis en Andhra Pradesh y otros lugares. Pero dejemos de
lado por un momento estos detalles y asumamos que el microcrédito mantiene
alguna función útil: ¿Es Kiva un mecanismo efectivo para lograrlo?
Los hechos no van al auxilio de Kiva. En 2012 Kiva gastó US$ 14 millones
para prestar US$ 111 millones. Pese a que la mayor parte de su staff son
voluntarios, Kiva consiguió gastar 0,13 por cada dólar prestado. Los fondos
especializados en microfinanzas logran una modesta rentabilidad con un 2 por
ciento de gastos anuales de gestión, con el cual cubren todos sus costos,
convirtiéndolos en 6 o 7 veces más eficientes que Kiva en obtener dinero del
inversor y canalizarlo a la población pobre. La principal diferencia es que
esos fondos no adjuntan fotos lindas ni historias reconfortantes para los
inversores.
Kiva presta de un modo similar a un banco de microfinanzas y otros
fondos de microfinanzas. Emprendedores involucrados en la producción de coca o
en las riñas de gallos están todos en igualdad de condiciones para aplicar a un
crédito, tanto como aquellos que emplean mano de obra infantil. En la práctica,
incluso, no hay requerimiento alguno para que el negocio a financiar tenga que
ser legal. Kiva parlotea sus historias encantadoras, respaldadas en imágenes,
pero no acierta a discutir la tasa de interés que el pobre está obligado a
pagar. Eso sí, si se trata de mujeres africanas de tez clara, atractivas y
delgadas, el dinero parece fluir con mayor celeridad [el autor alude a un
reciente estudio de la Universidad de Singapur que ha encontrado que los
prestamistas que usan Kiva se manejan con preferencias de tipo geográficas, de
género y por rasgos físicos a la hora de decidir a quién prestar]. El beneficio
para los bancos es que el dinero recaudado en Kiva es libre de intereses, así
que ellos pueden cobrar al pobre lo que gusten y embolsar los intereses. Pero
incluso esto es insuficiente para mantener el interés de los bancos, de hecho
hay muchos que están desertando de Kiva (como lo muestran los elevados índices
de socios inactivos). Estamos siendo testigos de una potencial y peligrosa
carrera hacia abajo, por medio de la cual algunas IMFs, con decoro, optan por
trabajar con fondos profesionales y evitar el fastidio de esgrimir las mentadas
fotos y sus historias promocionales, mientras que permanecen en Kiva otras, que
no pueden recurrir a tales fondos.
Si en cambio hablamos de soltar el dinero de California [la sede de Kiva
está en San Francisco, California], vemos que allí el mecanismo no funciona
aceitado: de acuerdo con los estados financieros de 2012, US$ 82 millones están
en una cuenta bancaria, y ¿adivine quién obtiene el interés de este apreciable
“colchón”?
La decepción
Hace casi cinco años David Roodman (y luego el New York Times) señaló
por primera vez un ligero problema. Lo inicialmente seductor de Kiva residía en
su carácter de financiamiento par-a-par (peer-to-peer), pero en los hechos no
lo era del todo. Los préstamos destacados en la página web se contrataban meses
antes, y los usuarios de Kiva están en rigor comprándolos de los bancos. Pero la
decepción no termina aquí. Kiva elige astutamente revelar rendimientos de
cartera en lugar de tasas actuales de interés sobre los préstamos, subestimando
conveniente y sistemáticamente el costo real que tienen para los pobres. Otras
plataformas de financiamiento acceden a publicar las tasas de interés, mientras
que Kiva parece más proclive a la publicación de información pintoresca, que mueva
a la gente a abrir sus billeteras. Tasas de interés aproximándose al 100 por
ciento harían arquear más de una ceja, así que mejor ocultarlas. Las tasas de
incumplimiento sobre los préstamos de Kiva son famosas por lo bajas, en
apariencia. Los mismos bancos reportan tasas de incumplimiento substancialmente
más altas que Kiva. O bien Kiva se las arregla mejor que el banco para esquivar
a los clientes morosos, o bien el banco está cubriendo las pérdidas crediticias
a fin de asegurar un flujo estable de capital libre de intereses.
Por otra parte, Kiva se ha asociado con algunas entidades bastante
sospechosas. He discutido en otro lado el caso legendario de la
inapropiadamente llamada Lift Above Poverty Organisation [LAPO, el nombre
de la organización en español sería algo como “Elevarnos por encima de la
pobreza”], en Nigeria. Como lo muestro en mi libro, Kiva claramente sabía de
las profundas deficiencias de esta institución, cobrando tasas de interés
abusivas y operando en la ilegalidad, y aún desistiendo de alertar a los
clientes hasta que el New York Times lo hizo, inyectando al mismo tiempo US$ 5
millones en el banco. ¿Cuántos otros casos hay?
Más recientemente Kiva burló a muchos usuarios al aliarse con una
organización del Opus Dei ultra-conservadora y homofóbica en Kenia, y sin
revelar la cantidad de conflictos de intereses que surgieron de esta sociedad.
El engaño se extiende al marketing de Kiva, como lo argumentó
recientemente Phil Mader, del Max Planck Institute, al examinar su video promocional.
En el video, “Pedro”, un caficultor imaginario, obtiene un préstamo de Kiva
para comprar un tractor que sustituya a su vaca muerta. El tractor le permite
cultivar “diez veces más la cantidad de granos de café a como lo hacía antes”.
Entre otros equívocos, Mader explica que los caficultores no necesitan ni vacas
ni tractores para cultivar café, porque se trata de un arbusto. Y aun con un
tractor es imposible incrementar diez veces la cosecha gracias a un crédito de
2.500 dólares (insuficiente para comprar un tractor, mucho menos para
incrementar la parcela de tierra del campesino). “Es un engaño deliberado a los
potenciales prestamistas”, afirma Mader. “Se embauca a gente bien intencionada
con expectativas no realistas sobre el poder del microfinanciamiento”.
“Nosotros” al rescate de los pobres
Pero estas expectativas no realistas son “el” punto. Amamos a Kiva.
Nos hace sentir que tenemos poder. Justifica que nuestros gobiernos
carezcan de soluciones colectivas robustas contra la pobreza en los países en
desarrollo. Como quiso la cofundadora de Kiva Jessica Jackley, “podremos
sentirnos un mini-Bill Gates”. Vemos tanto sufrimiento y tanta pobreza en la
TV, que nos sentimos impotentes. Pero no más: Kiva nos empodera a que hagamos
algo para cambiar las cosas. Estamos cansados de la caridad, queremos enseñarle
a la gente a pescar, no apenas repartir pescado. Amamos el social-business, la
inclusión financiera, el triple balance, o como quiera que sea la expresión en
boga. Idolatramos la creatividad y el ingenio de Silicon Valley y las
punto-coms y a los enérgicos jóvenes con MBAs resolviendo en forma sostenible
los problemas del mundo. Desde nuestro mullido sillón, nosotros también podemos
ser parte de eso. Por el precio de un par de tazas del café cultivado por
nuestro amigo Pedro, podremos rescatar a él de su vida miserable, en algún
rincón olvidado de la tierra, y enorgullecernos por nuestra acción. Qué más, si
a los pocos meses recuperamos el dinero, y aun bebemos nuestro café después de
todo.
Además, los donantes los aman. Google mismo concedió recientemente US$ 3
millones a Kiva para que el carrusel no se detenga, y ahí no se acaba la cosa:
JP Morgan Chase, Microsoft, Ashoka, Omidyar Network, Skoll Foundation, Intel,
Walmart y Visa están todos encantados con Kiva. El comediante estadounidense
Bob Harris dedicó incluso un libro sobre su fanatismo por Kiva, “El Banco
Internacional de Bob” [The International Bank of Bob]. Me temo que el que
ría último reirá a su costa.
¿Kiva Funciona? ¿A quién le importa? Tal es el genio de Kiva: no
necesita funcionar. Kiva alimenta una “ideología de la beneficencia
emprendedora”, como ha dicho el investigador en marketing Domen Bajde, y las
ideologías no necesitan demostrarse. Se trata de una ilusión, una fachada, y la
cara visible de una agenda más amplia: la financiarización de los pobres. Como
lo ha dicho Phil Mader, son iniciativas que permiten al público “consumir
el sentimiento de beneficencia sin pérdidas financieras”, elevando en sus
imaginarios la reputación de las microfinanzas. Por cierto, Kiva ha comenzado a
operar en los Estados Unidos, donde los bancos cobran quizás el 10 por ciento
de interés, mientras que al sur del Río Grande se paga hasta diez veces más que
eso. Pero mientras Kiva siga siendo aquello que el público general asocie con
el microcrédito, será apenas la punta de un gran iceberg. Kiva ha movilizado
unos US$ 500 millones desde 2005. Solamente Perú tiene cerca de US$ 11 billones
en préstamos de microfinanzas pendientes al día de hoy.
¿Vamos en dirección a resolver la pobreza con estos mecanismos? Si hiciéramos
funcionar de una manera efectiva las cuantiosas sumas de capital invertido en
microfinanzas (mucho de lo cual es improductivo) podríamos contribuir
substancialmente a ello. Instituciones como Zidisha podrían ser
un paso en la dirección correcta, haciendo de hecho lo que Kiva dice hacer.
Bancos como ProCredit, orientándose a empresas pequeñas, en la grada superior al
target tradicional de las microfinanzas, están generando empleo sin recurrir a
historias gratificantes, ni mostrando imágenes de mujeres junto a sus cabras. Y
no dejemos olvidar las viejas áreas de “ayuda”. Una vacuna puede tener mucho
más impacto que un préstamo de 50 dólares al 80 por ciento anual.
Desde luego, como consecuencia de alguna gente no esclarecida
-especialmente jóvenes- que piensan que la pobreza puede ser erradicada de una
manera simple y rápida a través de los microcréditos, Kiva seguirá cumpliendo
un rol importante en el saboteo de todo esfuerzo a escala global contra la
pobreza, las privaciones y la desigualdad. Kiva es una decepción, y si queremos contribuir al bienestar de los pobres y
recuperar algo de confianza en la integridad del sector financiero en los
Estados Unidos, estas instituciones deberían ser inmediatamente reguladas.
Hugh Sinclair es autor del libro Confessions of a Microfinance Heretic y
consultor. Actualmente trabaja para un selecto grupo de clientes que pugnan por
proporcionar microfinanzas éticas y beneficiosas para los pobres.
Nota del editor: La respuesta de Kiva a este artículo se publicó en
inglés el 12 de febrero de 2014 en el mismo sitio Next Billion. Mundo
Microfinanzas invita a Kiva a enviarnos su traducción al castellano de esta
respuesta, o bien permitirnos proponerles una versión para ser publicada en
este blog, de tal modo que el lector hispanohablante tenga un panorama más completo sobre este debate. Contacto: mundomicrofinanzas@gmail.com.
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