(Mundo Microfinanzas) “De cómo las microfinanzas han defraudado al mundo
en desarrollo”.
Kamal Munir |
El artículo en inglés que lleva este doloroso título (How microfinance
disappointed the developing world), firmado por el economista y docente de la
Judge Business School, de la Universidad de Cambridge, Kamal Munir, ha sido
publicado en el mes de febrero por The Conversation, una plataforma de periodismo
académico impulsado por un grupo de universidades australianas. En el texto, el
experto británico expone argumentos hirientes contra las microfinanzas y
asegura que “las esperanzas y aspiraciones que alguna vez despertaron se han
disipado”.
El artículo es un nuevo avatar dentro de la corriente de cuestionamientos
que ha merecido esta industria en los últimos años, principalmente de fuentes
académicas. Como hemos dicho desde este blog -obviamente exagerando-, la
crítica de las microfinanzas se ha constituido casi en un género específico de
discurso. Como si todo lo bueno y prometedor que las microfinanzas parecieron
traer en sus comienzos, revierta ahora bajo la forma de un alegato demoledor, apuntando
al meollo del asunto: los servicios financieros no sólo no remedian la pobreza,
sino que la agudizan.
Como también hemos dicho varias veces, las críticas son bienvenidas. En
este espacio, al menos, lo son. Las críticas ayudan a pensar, ayudan a
reorientar, ayudan a relevar argumentos esclerosados, que a fuerza de ser
repetidos acaban por expresar nada.
Si la crítica proviene de instituciones académicas o think tanks debiera
concitar mayor atención por parte de los actores de la industria, pues es
cierto que otros géneros discursivos (como el periodístico) suelen caer en
trampas de sensacionalismo, a veces falta de rigor y casi siempre adoleciendo de método para un seguimiento serio de aquello que se critica. El artículo de Kamal
Munir peca, tal vez, de estar construido sobre la base de un imaginario exclusivamente
“asiático” de las microfinanzas (y la crisis de Andhra Pradesh en 2010 no
forzosamente se corresponde con la realidad del sector en otras regiones del
mundo). Pero aporta argumentos poderosos, enmarca convincentemente el problema
dentro de una economía global y desentraña lo que él llama el “modelo
minimalista” de las microfinanzas. El mito alrededor de este modelo, apoyado por agencias internacionales e inversores privados, que
involucra sólo crédito al “costo real del capital” sin ninguna otra “intervención”
(los entrecomillados son del autor), ha estallado con bastante espectacularidad,
según su visión.
He aquí cómo se podría desmadejar el modelo minimalista, de acuerdo con
el análisis de Munir:
El microcrédito podría efectivamente proporcionar un sustento a hogares
apremiados, si se lo instrumentara a pequeña escala y con tasas de interés
subsidiadas. Para algunos prestatarios esto podría significar alguna ayuda,
incluso a tasas relativamente altas, al sustraerlos de las garras de
prestamistas.
Pero dados los incrementos elevados del costo de vida y el reducido rol
de los gobiernos, especialmente en relación con la salud y la educación, el
microcrédito “nunca será capaz de contener la marea de la pobreza”. El factor
de la salud es, en opinión del catedrático de Cambridge, la principal razón que
lleva a los pobres a la bancarrota en muchos países en desarrollo y la
educación toma una proporción cada vez más creciente en sus ingresos.
El autor cuestiona que se quiera pintar a las mujeres, beneficiarias
privilegiadas del crédito para las microfinanzas, como “heroínas del
emprendimiento”.
“Ellas son heroicas, en efecto, porque combaten la pobreza brutal, pero
las iniciativas empresariales siempre han tenido una alta tasa de mortalidad, y
no hay muchas de estas iniciativas que puedan asegurar el tipo de rentabilidad
necesario para afrontar tasas de interés que exceden el 40%”, advierte.
Un giro en las metas
Para el profesor de Cambridge, los traspiés de las microfinanzas en
demostrar su eficacia en la lucha contra la pobreza han llevado a sus
principales defensores a variar, a dar una torsión, en lo que es el léxico y el relato
de su justificación. Así es como surge la acuñación “inclusión financiera”, que
a juicio del autor no es más que la condensación de “la vieja tesis de Milton
Friedman según la cual la única diferencia entre pobres y ricos es el acceso al
capital”.
También señala que el término microcrédito mutó a microfinanzas (lo cual
es cierto) y que la disminución de la pobreza salió, sigilosamente, de foco (lo
cual es dudoso). Por otra parte, el hecho de que la mayor parte de los
prestatarios destinara sus créditos al consumo y no a la producción “no fue
tenido como fracaso de la misión original”, fustiga el autor. Antes bien, esta “fluidez
del consumo” (consumption smoothing) fue celebrada como otro logro.
Llegamos así a dos realidades contradictorias de las microfinanzas. Una es la celebración
mundial de este modelo basado en el mercado para reducir la pobreza. La otra,
cruel, de prestatarios sumidos en ciclos de endeudamiento y “batallando contra
un opresivo orden mundial neoliberal donde la proporción de ingresos destinados
a salud, educación y alimentación no ha dejado de incrementarse”.
En la última parte del artículo, el autor concentra su crítica en las
incursiones de algunos proveedores de microfinanzas en los mercados globales
de capital, camino facilitado ("pavimentado") por agencias de desarrollo e instituciones
multilaterales. Las microfinanzas atrajeron entonces a inversores privados
movidos por “historias hilvanadas” (tales woven) por estos proveedores,
historias “de ayudar a los pobres y de hacer fortunas a la vez”.
Si el modelo minimalista persiste al día de hoy, alimentado por el
capital global, se debe básicamente a la pobreza desesperante que envuelve al
mundo y a los préstamos de mayor tamaño dirigidos a no tan pobres, asegura el
catedrático. La creciente polarización de la sociedad que eleva el costo de
vida, junto con una privatización a gran escala de las instituciones de
protección social, pone cada vez más presión sobre los pobres.
En el mejor de los casos, afirma Munir, las microfinanzas minimalistas
proporcionan un apósito allí donde es necesaria una intervención mayor; en el
peor de los casos, profundizan la herida.
Y concluye poniendo el índice en el marco de la economía global: “Instituciones
microfinancieras socialmente arraigadas que organizan a los emprendedores, les
facilitan capacitación y los insertan en economías más amplias son mucho más
efectivas aun con costos más elevados. Las microfinanzas que no cobran
intereses, basadas en beneficencia, ofrecen del mismo modo un gran auxilio. Sin
embargo, en última instancia, ambas modalidades son francamente estériles
frente a la arremetida neoliberal”.
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