foto: EIB |
(Mundo Microfinanzas) Las organizaciones Counter Balance (con sede en
Bruselas) y Campagna per la Riforma della banca mondiale (basada en Roma) han
publicado un documento del economista italiano Valerio Carboni que discute la
estrategia del Banco Europeo de Inversiones (EIB) ante las microfinanzas.
La lectura del trabajo, titulado Is EIB money going to the poorest?, nos
deja la sensación de que el cuestionamiento a una institución financiera
específica es apenas el foco que ilumina una problemática estructural o, en todo caso, un escenario cada vez más complejo de la industria,
con la incorporación de nuevos actores, nuevos instrumentos y nuevas instancias
de intermediación.
En tal sentido, la publicación puede sumarse a la serie de estudios
críticos sobre las microfinanzas, provenientes de ámbitos académicos y
profesionales, que hemos tratado en un post anterior (El terremoto editorial).
Más allá de esta interpretación, no hay dudas que el objeto de análisis
del documento es la actuación del EIB, desde sus primeras incursiones en el campo
microfinanciero a comienzos de la década pasada. Lo dice el propio nombre de
una de las organizaciones auspiciantes (Counter Balance. Challenging the
European Investment Bank).
Sin embargo, la idea de “contrapeso” y de “desafío” no deben confundir.
El trabajo de Carboni no es ni incendiario ni iconoclasta. Propone una mirada
crítica de las microfinanzas utilizando información y análisis generados mayormente
por la propia industria (MIX, CGAP, Microrate, etc). Incluso cita a figuras
emblemáticas, como Muhammad Yunus, para apoyar sus argumentaciones. Si hay algo
que podemos reprochar al paper es cierto candor, cierto regusto arcaico en la
idea de que, en el transcurso de su desarrollo y refinamiento, las
microfinanzas han sacrificado algo así como una misión esencial.
El trabajo está dividido en cinco partes. La primera es introductoria.
Allí el autor señala que el EIB mantiene su confianza en las inversiones
microfinancieras pese a que no hay evidencias de resultados exitosos hasta el
momento. Y plantea los interrogantes fundamentales de su indagación: ¿Está el
banco operando según su mandato?, ¿quiénes son los beneficiarios finales de sus
inversiones?, ¿los fondos van a parar a manos de los más pobres?, ¿es
responsable el banco de sus inversiones?
La segunda parte es una breve exposición sobre la relación entre el EIB
y las microfinanzas. Los términos en los que el banco definió su estrategia: “desarrollo
de capacidades” antes que dar crédito directamente a los beneficiarios. Esto
será importante en el análisis de Carboni, pues su crítica se centra en las
ingenierías y los actores involucrados en el nivel de la distribución.
En la tercera parte reside el contenido más crítico del documento. Los
argumentos del autor son variados. Desde problemas de definición (¿qué son las
microfinanzas?), hasta problemas éticos, ligados a la transparencia, incluyendo
dardos que apuntan a una racionalidad financiera (¿Demasiado fondeo a la caza
de tan pocas IMFs?). Pero conviene ir por partes.
Los MIVs, el meollo
El autor comienza con un panorama sobre el financiamiento internacional.
Y marca una tendencia: el financiamiento no parece detener su ritmo de
crecimiento pese a la crisis global y pese a los tropiezos de la industria en
Andhra Pradesh, Nicaragua, Marruecos y otros mercados. Subraya además el
carácter predominantemente público de los inversores y el rol de las
instituciones financieras de desarrollo que, a diciembre de 2009, constituían
el 42% del financiamiento total al sector (US$ 8,8 billones, con la IFC y el
banco de desarrollo alemán KfW como las entidades más activas).
Antes de concentrarse en lo que parece el núcleo duro de su análisis
(los MIVs), el autor se permite intercalar un problema conceptual o terminológico:
¿qué son las microfinanzas? Él afirma que la mayoría de las agencias
internacionales, incluyendo al EIB, abraza una definición amplia y carece de
una visión clara. Cada vez más las microfinanzas son vistas como un medio para
expandir y profundizar el sector financiero antes que, simplemente, facilitar
crédito a grupos sociales específicos.
El autor ilustra con el caso Leapfrog, iniciativa global de microseguro. El microseguro, visto ahora como un
dominio dentro de las microfinanzas, es un mercado de 3.000 millones de
clientes por un valor potencial de US$ 40 billones, dice el autor citando a la
compañía Swiss Re. Y llama la atención sobre los riesgos de adoptar una
definición demasiado amplia:
“El microcrédito se ha convertido en un negocio multibillonario y abarca
una amplia gama de servicios financieros. Esta evolución ha alejado
progresivamente a la industria de su vocación original y la ha transformado en
una empresa para hacer negocios”.
El rol de los vehículos de inversión en microfinanzas (MIVs) es abordado
desde distintos ángulos. El autor nota la confianza cada vez mayor de los
inversores -notablemente el EIB- hacia estos intermediarios. La recurrencia de
firmas basadas en países con supervisión laxa (si no directamente en paraísos
fiscales), que reportan información muy limitada sobre sus actividades.
Y lo más cuestionable, según el autor: el destino de los fondos. MIV que
invierte en otro MIV que invierte en una IMF que invierte en otra IMF y así… en
un proceso recursivo donde la industria se alimentaría a sí misma y absorbería,
en carácter de comisiones o gastos administrativos, gran parte de los recursos
que deberían llegar a los más pobres.
Además, señala el problema de la concentración: el volumen de
financiamiento se concentra en pocos vehículos. Por otro lado: concentración en
un número reducido de IMFs. Y por último: una concentración en algunas regiones
(Europa del Este y Asia Central, América Latina y Caribe, Asia del este y
Pacífico, esto es, los mercados más desarrollados y comercialmente maduros) a
expensas de las instituciones más jóvenes y localizadas en regiones menos
desarrolladas.
Para el autor, las crisis en Nicaragua, Marruecos, Bosnia-Herzegovina,
Paquistán y Andhra Pradesh han sido producto de burbujas microfinancieras, donde
se dio una gran competencia de financiadores que en última instancia llevó a
malas decisiones de inversión. La crisis financiera mundial luego exacerbó esta
tendencia.
La cuarta parte son recomendaciones (Carboni rescata la iniciativa de la
Social Performance Task Force y le gustaría ver más progresos en la medición
del desempeño social en las inversiones del EIB) y la quinta son conclusiones.
El trabajo se cierra con una serie de cuadros que detallan aspectos de las
colocaciones del banco europeo en microfinanzas.
Como elemento atenuante, el autor reconoce la poca trayectoria del EIB
en el campo microfinanciero. De hecho es un actor relativamente reciente en la
industria. Pero, como decíamos al principio, la crítica está orientada hacia un
funcionamiento más estructural y como tal es válida para una reflexión general.
¿Hasta dónde es necesaria la sofisticación de una industria y la incursión de
nuevos actores?, ¿hasta qué punto no es preferible volver al punto básico y más
transparente de los comienzos?
Referencia
Is EIB money going to the
poorest? Concerns about the European Investment Bank’s approach to microfinance
in developing countries (por Valerio Carboni, Counter Balance y Campagna per la
Riforma della banca mondiale, Bruselas, 2012).
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