Joaquim De Melo, las microfinanzas concebidas como instrumento de de desarrollo antes que como industria o como mercado (foto: Endeavor Brasil) |
(Mundo
Microfinanzas) Banco Palmas fue el primero de los 103 bancos
comunitarios que hay actualmente en Brasil. La iniciativa surgió en Conjunto Palmeiras, una
barriada humilde de la ciudad de Fortaleza, estado de Ceará, en el nordeste
brasileño.
La región nordeste
de Brasil es una de las más pobres. Una región que atravesó sucesivos éxodos
rurales, con miles de personas escapando de las duras condiciones del sertão (el vasto interior
profundo del país), la sequía, la violencia, y detrás de un sueño por una vida
mejor. Así fue como se fueron abarrotando ciudades como Fortaleza, con un
crecimiento urbano impresionantemente veloz y anárquico. A la sombra de esta
falta de planeamiento, de auxilio del gobierno y de infraestructura urbana, estos
contingentes que huían del campo acabaron por levantar asentamientos en condiciones
muy precarias, segregados de los espacios de contacto con los sectores privilegiados
de la sociedad o de las zonas de gran potencial económico y especulativo.
Conjunto Palmeiras es resultado de una de estas “limpiezas sanitarias”, procesos
particularmente violentos en los años de la dictadura militar. Este es el
escenario social donde, a fines de los ’90, un grupo de vecinos funda lo que sería
el primer banco comunitario brasileño.
El proyecto
ha dado sus frutos. El año pasado, al cumplir quince años de existencia, la
experiencia mereció una publicación de la Universidad de São Paulo (USP) en el libro
Banco Palmas quince anos: resistindo e inovando (Volumen 1). En la presentación del
trabajo, el coordinador del Núcleo de Economía Solidaria de la USP, Augusto Câmara
Neiva, afirma que “construir bancos comunitarios y monedas sociales exige esfuerzo
y perseverancia de cada comunidad. Y este libro muestra que vale la pena, más
allá de ser un homenaje a todos los que lo hacen, en varios estados de Brasil”.
El principal
mentor de este proyecto, Joaquim de Melo, ha ofrecido recientemente una
entrevista con The Morningside Post, un diario de estudiantes de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Allí el fundador de Banco Palmas explica en qué
consiste el modelo del banco comunitario y en qué se diferencia con el modelo
clásico de microfinanzas. La diferencia principal es que “nosotros no creemos
que sea posible para una persona que sólo con un crédito pueda progresar y
salir por sí mismo de la pobreza”.
“El modelo
que nosotros hemos adoptado -dijo Melo- tiene un principio: nadie sale de la
pobreza por sí solo. Pensamos que la gente necesita tener redes locales, un
sentido fuerte de comunidad donde todos produzcan y consuman y donde cada uno
se convierta en actor social en colaboración con otros”.
“Cuando
Banco Palmas da un crédito, lo da junto con otros servicios como el acceso a
ferias (alternativas de comercialización), moneda social (el circulante
comunitario) y educación financiera. Cuando las personas reciben solamente
crédito, eso puede mejorarles la vida de momento, pero al cabo volverán a caer
en la pobreza porque no están insertos dentro de una red”, explicó el directivo.
Así
respondió cuando le preguntaron cómo define a las microfinanzas:
“Nosotros
tenemos la perspectiva de las microfinanzas no como industria o como mercado,
sino como un instrumento de desarrollo, una herramienta para la organización
local, para la inclusión. Las microfinanzas son una canasta de bienes
financieros: créditos, seguros, cuentas bancarias y monedas sociales. Esto no
inhibe a un grupo de productos microfinancieros de ayudar al crecimiento de un
negocio y hacerlo sostenible. Sin embargo, su objetivo no es hacer dinero
mediante la venta de dinero, como hacen los bancos, sino construir mecanismos
de sostenibilidad”.
Melo también pasa revista a las dificultades que entraña este
modelo de la economía solidaria y el entorno dentro del cual está inserto: sus tasas de morosidad, la limitación territorial de la moneda social, la
sostenibilidad financiera (Melo esboza un reclamo para que el gobierno
federal subsidie a los bancos comunitarios, haciéndolos intermediar en las
transferencias del programa social Bolsa Familia) e incluso los problemas de
inseguridad (Fortaleza está entre las diez ciudades más violentas del mundo, de
acuerdo con la lista elaborada en 2013 por la organización mexicana Seguridad, Justicia y Paz).
Pero el
banco ha logrado sobreponerse a estos obstáculos y sigue adelante con una
lógica que sería inadmisible para cualquier entidad comercial.
En un mundo
globalizado, hiper-tecnologizado, donde las comunicaciones vuelan, la visión
del banco comunitario brasileño parece ir a contracorriente: un modelo
económico localmente circunscrito, de lazos personalizados, donde los miembros
de una comunidad -a la vez titulares del banco- producen y consumen bienes y
servicios que se intercambian recíprocamente, con la menor dependencia posible
de todo aquello que esté más allá del vecindario. Suena regresivo y arcaico.
Pero el modelo no deja de replicarse en el país y ha convertido en actor
económico, y en sujeto de sus propios esfuerzos de superación, a poblaciones
históricamente relegadas.
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