(Mundo Microfinanzas) Que la quinta conferencia centroamericana de microfinanzas tenga como sede Costa Rica tiene un sentido simbólico especial en momentos que la región define su estrategia de desarrollo para los próximos cinco años. Un país anfitrión que ha jugado un papel gravitante en la pacificación del istmo, con una vocación por la pluralidad ejemplar, tiene que ser buen presagio para pensar a futuro las postergadas o interrumpidas políticas de inclusión y crecimiento.
El Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE, con sede en Tegucigalpa, que este año cumple medio siglo de existencia), acaba de presentar su Estrategia Institucional 2010-2014 “Competitividad con Integración y Desarrollo Social”, con el cual se propone apoyar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas y contribuir a la reactivación económica de Centroamérica.
El banco se propuso continuar consolidándose como “socio estratégico para la mejora de la calidad de vida de los centroamericanos, a través del desarrollo sostenible del territorio y sus recursos", según expresó su presidente ejecutivo, Nick Rischbieth.
“Este es un hito en la vida institucional del BCIE, cuya nueva estrategia marca el regreso de la institución a sus raíces, como el principal socio del desarrollo económico y social equilibrado y la integración de las naciones centroamericanas”, subrayó. La declaración debe enmarcarse en el proceso de relanzamiento de la integración centroamericana, lanzada en julio pasado en San Salvador, con el aval político de los jefes de estado.
Tal estrategia, que supondrá un esfuerzo del BCIE por más de US$ 5 mil millones, se plantea sobre tres ejes: desarrollo social, competitividad e integración regional. La estrategia a su vez tiene un eje transversal que compromete a todo el conjunto: la sostenibilidad ambiental y la promoción de la responsabilidad social institucional. Y una agenda de temas prioritarios, entre los cuales figura la agricultura y el desarrollo rural y las finanzas para el desarrollo.
Contra toda coartada
Por cierto que, para que esta política no sea una mera coartada voluntarista y declamatoria, el proceso de integración tendrá que asumir y resolver específicamente problemáticas de larga data vinculadas a lo político, económico y étnico-cultural, y que han desestabilizado históricamente a la región.
Por empezar, el problema de la “tutela” norteamericana (usando un eufemismo que encubre una tradición de intervencionismo hostil) y que ha configurado en el escenario centroamericano el despliegue de una economía de enclave y su contraparte política: dictadura y militarización. En términos actuales, esta injerencia asume formas más corteses que beligerantes pero igualmente alecciona sobre los mecanismos de complementación con el proceso de integración de América del Norte y el lugar que ocupa México en esta distribución. Además, ¿no debería América Central comenzar a mirar más al sur? ¿O no ha sido Panamá durante tantos años un punto de escisión -y no sólo geográfico- con la integración hacia el resto del subcontinente?
En segundo lugar, el factor étnico. La región no debe dejar de admitir el peso demográfico de las comunidades indígenas en el istmo: la población maya en el altiplano guatemalteco y salvadoreño, las comunidades misquitas en Honduras y Nicaragua y etnias afrodescendientes como los garífuna en todo el litoral que mira al Caribe, entre otras. No abogamos desde estas líneas por una militancia étnica cerril, ni tampoco dejamos de reconocer la importancia que han tenido los procesos de ladinización y mestización para la movilidad social ascendente en la región. Pero tapar este problema es no asumir que entre la población aborigen se halla el núcleo demográfico casi sistemáticamente relegado en la distribución de riqueza y ferozmente reprimido durante décadas. Reasumir esta dimensión étnica y cultural como una política de integración ayudará a enfocar los movimientos de migración intra-regionales y superar el salvajismo del prejuicio y la discriminación (aquí sobreviene, ominosamente, el recuerdo de la llamada “guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador, en 1969).
Y finalmente, un factor concomitante con los dos anteriores, el problema del régimen de la tierra. Las experiencias de reforma agraria en la región no tuvieron ni la profundidad ni el resultado de la revolución mexicana. El caso de Guatemala, en la segunda posguerra, se vio abortado por la amenaza que la movilización campesina supuso para los intereses de la United Fruit Company, con el repertorio retórico que proveía el contexto de guerra fría. Y en el caso de la revolución nicaragüense, la cuestión agraria quedó a mitad de camino producto de las propias ambigüedades de la administración sandinista. La propiedad de la tierra es un tema sensible en América Central desde las reformas liberales en las décadas de 1870/1880, que pusieron fin a las propiedades comunales y ejidales, y constituyó el doloroso trasfondo para el genocidio salvadoreño en 1932 (cuando la crisis financiera global derrumbó los precios internacionales del café) y décadas de violencia étnica sobre comunidades indígenas, algo que para el notable historiador argentino Tulio Halperín Donghi cobró el sentido de una verdadera “tragedia rural”.
Poniendo sobre la mesa, trabajando y resolviendo estos problemas, América Central puede pensar genuinamente en una estrategia sustentable y de largo aliento.
¿Y qué papel pueden desempeñar aquí las microfinanzas? Un papel esencial. Con alrededor de 50 millones de habitantes, un tercio de la población centroamericana vive con menos de 2 dólares diarios y un 44%, casi 22 millones de personas, se encuentra en condiciones de pobreza, según informó el BCIE. Las microfinanzas tienen pues mucho por hacer y una gran responsabilidad. El marco costarricense de la quinta conferencia (un país sin fuerzas armadas y con índices de desarrollo relativamente altos para el subcontinente) puede resultar benéfico e inspirador.
Fuentes bibliográficas:
- ADAMS, Richard N.: “Etnias y sociedades (1930-1979)" en Pérez Brignoli, Héctor (ed) Historia General de Centroamérica. De la posguerra a la crisis, Madrid, FLACSO, 1993 (Vol. 5).
- CARDOSO, Fernando Henrique y FALETTO, Enzo: Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2007.
- HALPERIN DONGHI, Tulio: Historia contemporánea de América Latina, Buenos Aires, Alianza Editorial, 2006.
Tulio Halperín Donghi |
El banco se propuso continuar consolidándose como “socio estratégico para la mejora de la calidad de vida de los centroamericanos, a través del desarrollo sostenible del territorio y sus recursos", según expresó su presidente ejecutivo, Nick Rischbieth.
“Este es un hito en la vida institucional del BCIE, cuya nueva estrategia marca el regreso de la institución a sus raíces, como el principal socio del desarrollo económico y social equilibrado y la integración de las naciones centroamericanas”, subrayó. La declaración debe enmarcarse en el proceso de relanzamiento de la integración centroamericana, lanzada en julio pasado en San Salvador, con el aval político de los jefes de estado.
Tal estrategia, que supondrá un esfuerzo del BCIE por más de US$ 5 mil millones, se plantea sobre tres ejes: desarrollo social, competitividad e integración regional. La estrategia a su vez tiene un eje transversal que compromete a todo el conjunto: la sostenibilidad ambiental y la promoción de la responsabilidad social institucional. Y una agenda de temas prioritarios, entre los cuales figura la agricultura y el desarrollo rural y las finanzas para el desarrollo.
Contra toda coartada
Por cierto que, para que esta política no sea una mera coartada voluntarista y declamatoria, el proceso de integración tendrá que asumir y resolver específicamente problemáticas de larga data vinculadas a lo político, económico y étnico-cultural, y que han desestabilizado históricamente a la región.
Por empezar, el problema de la “tutela” norteamericana (usando un eufemismo que encubre una tradición de intervencionismo hostil) y que ha configurado en el escenario centroamericano el despliegue de una economía de enclave y su contraparte política: dictadura y militarización. En términos actuales, esta injerencia asume formas más corteses que beligerantes pero igualmente alecciona sobre los mecanismos de complementación con el proceso de integración de América del Norte y el lugar que ocupa México en esta distribución. Además, ¿no debería América Central comenzar a mirar más al sur? ¿O no ha sido Panamá durante tantos años un punto de escisión -y no sólo geográfico- con la integración hacia el resto del subcontinente?
En segundo lugar, el factor étnico. La región no debe dejar de admitir el peso demográfico de las comunidades indígenas en el istmo: la población maya en el altiplano guatemalteco y salvadoreño, las comunidades misquitas en Honduras y Nicaragua y etnias afrodescendientes como los garífuna en todo el litoral que mira al Caribe, entre otras. No abogamos desde estas líneas por una militancia étnica cerril, ni tampoco dejamos de reconocer la importancia que han tenido los procesos de ladinización y mestización para la movilidad social ascendente en la región. Pero tapar este problema es no asumir que entre la población aborigen se halla el núcleo demográfico casi sistemáticamente relegado en la distribución de riqueza y ferozmente reprimido durante décadas. Reasumir esta dimensión étnica y cultural como una política de integración ayudará a enfocar los movimientos de migración intra-regionales y superar el salvajismo del prejuicio y la discriminación (aquí sobreviene, ominosamente, el recuerdo de la llamada “guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador, en 1969).
Y finalmente, un factor concomitante con los dos anteriores, el problema del régimen de la tierra. Las experiencias de reforma agraria en la región no tuvieron ni la profundidad ni el resultado de la revolución mexicana. El caso de Guatemala, en la segunda posguerra, se vio abortado por la amenaza que la movilización campesina supuso para los intereses de la United Fruit Company, con el repertorio retórico que proveía el contexto de guerra fría. Y en el caso de la revolución nicaragüense, la cuestión agraria quedó a mitad de camino producto de las propias ambigüedades de la administración sandinista. La propiedad de la tierra es un tema sensible en América Central desde las reformas liberales en las décadas de 1870/1880, que pusieron fin a las propiedades comunales y ejidales, y constituyó el doloroso trasfondo para el genocidio salvadoreño en 1932 (cuando la crisis financiera global derrumbó los precios internacionales del café) y décadas de violencia étnica sobre comunidades indígenas, algo que para el notable historiador argentino Tulio Halperín Donghi cobró el sentido de una verdadera “tragedia rural”.
Poniendo sobre la mesa, trabajando y resolviendo estos problemas, América Central puede pensar genuinamente en una estrategia sustentable y de largo aliento.
¿Y qué papel pueden desempeñar aquí las microfinanzas? Un papel esencial. Con alrededor de 50 millones de habitantes, un tercio de la población centroamericana vive con menos de 2 dólares diarios y un 44%, casi 22 millones de personas, se encuentra en condiciones de pobreza, según informó el BCIE. Las microfinanzas tienen pues mucho por hacer y una gran responsabilidad. El marco costarricense de la quinta conferencia (un país sin fuerzas armadas y con índices de desarrollo relativamente altos para el subcontinente) puede resultar benéfico e inspirador.
Fuentes bibliográficas:
- ADAMS, Richard N.: “Etnias y sociedades (1930-1979)" en Pérez Brignoli, Héctor (ed) Historia General de Centroamérica. De la posguerra a la crisis, Madrid, FLACSO, 1993 (Vol. 5).
- CARDOSO, Fernando Henrique y FALETTO, Enzo: Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2007.
- HALPERIN DONGHI, Tulio: Historia contemporánea de América Latina, Buenos Aires, Alianza Editorial, 2006.