Revuelta de Libia en 2011 |
(Textos recobrados de MicroDinero) Libia hoy:
¿cómo entender lo que pasa sin abstraerse de la metralla mediática? ¿Cómo
analizar la revolución de África del Norte sin caer en burdas repeticiones, en
decires que se diseminan anónimos, sin atribución, sin responsabilidad? Para
usar la misma palabra “revolución”, ¿alcanzan las categorías aprendidas y
aplicadas desde la Revolución francesa?, ¿o es necesario inventar otras nuevas?
La revuelta
árabe sorprendió, a expertos y no, desde la pantalla de una televisión. Un
siglo atrás, los más traumáticos episodios parecían como “advenir” al hombre.
El hundimiento del Titanic, los terremotos de San Francisco o Messina, la
guerra, las guerras… Todas fueron contingencias funestas que forjaron un tipo
de sensibilidad, admirablemente analizada por Eric Hombsbawm en La Era del
Imperio. 1875-1914.
Un siglo
después, las condiciones no encuentran al hombre en situación mucho más
ventajosa. Es cierto, no hay tantas guerras. Pero a cambio tenemos catástrofes
concatenadas y devastadoras (después de Japón, ¿en qué otro sitio se
encarnizará el demonio ctónico?). Y no faltan las tensiones, no falta la
intervención, no falta la amenaza. Los acontecimientos en África del norte, y
de Libia por estos días, hacen del Mediterráneo un área crítica. Una centuria
atrás, la guerra se explicaba en gran medida por una lógica de expansión
imperialista del capital. Hoy, paradójicamente, los conflictos se
“primitivizaron”: se pugna por detentar los (escasos) recursos.
Por cierto,
la transposición de un siglo a otro es ramplona si no se atiende a lo que está
germinando socialmente en la región. Y si bien hay un poderoso que tiraniza al
pueblo, y hay un pueblo que se rebela por libertad, ello no habilita el
apresuramiento de quienes leen los sucesos del Magreb con óptica etnocéntrica.
En el Magreb hay, ante todo, una energía colectiva que ha aflorado (en palabras
de Alain Badiou, un “acontecimiento”). Y
que lo más importante reside precisamente en eso: que emerja, que busque ella
misma su forma, su expresión, su sentido.
Es probable
que fatalmente se nos escapen elementos para entender el proceso de la África árabe
en toda su complejidad. Pero una buena manera de comenzar a entenderlo es
dejando de lado prejuicios y clisés. Empresa difícil, no sólo por el manual del
buen orientalista que ha formateado ya nuestro modo de ver a los “otros”
culturales. Sino porque -y a diferencia, sí, de lo que podía condicionar al
hombre hace un siglo- los avances tecnológicos han dado un tráfico veloz e
indiscriminado a esos clisés, a esos prejuicios.
Y algo más:
nos ha hecho espectadores. La subjetividad del hombre del siglo XXI está
moldeada por los medios. Pueblos blanden banderas y ganan las calles, toman
ciudades: lo vemos por tevé. Olas gigantes barren literalmente con todo: casas,
autos, seres humanos: lo vemos en la pantalla y las imágenes más estremecedoras
viajan por YouTube. Las catástrofes ya no advienen al hombre: estamos inmersos
en ellas, en su espectáculo. Los medios nos han hecho observadores privilegiados
del acaecer y de lo que les acaece a otros. Como ha dicho Susan Sontag: “Una
cultura en la que la conmoción se ha convertido en la principal fuente de valor
y estímulo del consumo” (Ante el dolor de los demás, Alfaguara, Buenos Aires,
2004, pág 32).
Esto, desde
ya, no tiene sólo consecuencias cognoscitivas. Los medios nos han hecho
espectadores, pero han cifrado un nuevo tipo de distancia. Cómo entender Libia
hoy se ha transformado en un dilema cognoscitivo. Pero sobre todo, en un
posicionamiento ético.
Publiqué
este artículo el 18 de marzo de 2011 en MicroDinero
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