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miércoles, 25 de marzo de 2015

"Revolución" árabe y la pregunta por el acontecimiento

Revuelta de Libia en 2011

(Textos recobrados de MicroDinero) Libia hoy: ¿cómo entender lo que pasa sin abstraerse de la metralla mediática? ¿Cómo analizar la revolución de África del Norte sin caer en burdas repeticiones, en decires que se diseminan anónimos, sin atribución, sin responsabilidad? Para usar la misma palabra “revolución”, ¿alcanzan las categorías aprendidas y aplicadas desde la Revolución francesa?, ¿o es necesario inventar otras nuevas?

La revuelta árabe sorprendió, a expertos y no, desde la pantalla de una televisión. Un siglo atrás, los más traumáticos episodios parecían como “advenir” al hombre. El hundimiento del Titanic, los terremotos de San Francisco o Messina, la guerra, las guerras… Todas fueron contingencias funestas que forjaron un tipo de sensibilidad, admirablemente analizada por Eric Hombsbawm en La Era del Imperio. 1875-1914.

Un siglo después, las condiciones no encuentran al hombre en situación mucho más ventajosa. Es cierto, no hay tantas guerras. Pero a cambio tenemos catástrofes concatenadas y devastadoras (después de Japón, ¿en qué otro sitio se encarnizará el demonio ctónico?). Y no faltan las tensiones, no falta la intervención, no falta la amenaza. Los acontecimientos en África del norte, y de Libia por estos días, hacen del Mediterráneo un área crítica. Una centuria atrás, la guerra se explicaba en gran medida por una lógica de expansión imperialista del capital. Hoy, paradójicamente, los conflictos se “primitivizaron”: se pugna por detentar los (escasos) recursos.

Por cierto, la transposición de un siglo a otro es ramplona si no se atiende a lo que está germinando socialmente en la región. Y si bien hay un poderoso que tiraniza al pueblo, y hay un pueblo que se rebela por libertad, ello no habilita el apresuramiento de quienes leen los sucesos del Magreb con óptica etnocéntrica. En el Magreb hay, ante todo, una energía colectiva que ha aflorado (en palabras de  Alain Badiou, un “acontecimiento”). Y que lo más importante reside precisamente en eso: que emerja, que busque ella misma su forma, su expresión, su sentido.

Es probable que fatalmente se nos escapen elementos para entender el proceso de la África árabe en toda su complejidad. Pero una buena manera de comenzar a entenderlo es dejando de lado prejuicios y clisés. Empresa difícil, no sólo por el manual del buen orientalista que ha formateado ya nuestro modo de ver a los “otros” culturales. Sino porque -y a diferencia, sí, de lo que podía condicionar al hombre hace un siglo- los avances tecnológicos han dado un tráfico veloz e indiscriminado a esos clisés, a esos prejuicios.

Y algo más: nos ha hecho espectadores. La subjetividad del hombre del siglo XXI está moldeada por los medios. Pueblos blanden banderas y ganan las calles, toman ciudades: lo vemos por tevé. Olas gigantes barren literalmente con todo: casas, autos, seres humanos: lo vemos en la pantalla y las imágenes más estremecedoras viajan por YouTube. Las catástrofes ya no advienen al hombre: estamos inmersos en ellas, en su espectáculo. Los medios nos han hecho observadores privilegiados del acaecer y de lo que les acaece a otros. Como ha dicho Susan Sontag: “Una cultura en la que la conmoción se ha convertido en la principal fuente de valor y estímulo del consumo” (Ante el dolor de los demás, Alfaguara, Buenos Aires, 2004, pág 32).

Esto, desde ya, no tiene sólo consecuencias cognoscitivas. Los medios nos han hecho espectadores, pero han cifrado un nuevo tipo de distancia. Cómo entender Libia hoy se ha transformado en un dilema cognoscitivo. Pero sobre todo, en un posicionamiento ético.

Publiqué este artículo el 18 de marzo de 2011 en MicroDinero

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