(Textos
recobrados de MicroDinero) ¿Demasiada ciencia y poco saber?
La frase
despertó cierta incomodidad y algún enojo:
“Hemos
sobrevendido la historia de las microfinanzas”.
Carlos Labarthe |
La
pronunció Carlos Labarthe, presidente ejecutivo y cofundador de Banco Compartamos, de México, durante el panel “¿Cómo afectan las microfinanzas en la
vida de los pobres?”, en el Foro Interamericano de la Microempresa, de San José de Costa Rica.
El
interrogante planteado desde luego no nace con las microfinanzas sino que surge
con vigor en los últimos cinco años, cuando empiezan a sucederse crisis
sistémicas en algunas regiones o mercados (Europa del este, Marruecos,
Nicaragua, hasta la más reciente del estado de Andhra Pradesh, en la India) que
informarían de un agotamiento, o al menos de una sombra de sospecha sobre la
efectividad de las microfinanzas como herramienta para combatir la pobreza.
La
intervención de Labarthe, provocadora y controversial, apunta de lleno contra
el relato que se ha hecho tradicionalmente de las microfinanzas, esto es,
recursos financieros que ayudan a una población desfavorecida a poner en marcha
un pequeño negocio que le permita salir de la pobreza.
“Las
microfinanzas es una de muchas soluciones”, clamó el ejecutivo mexicano. Y
aseguró que “el conocimiento que tenemos del cliente es muy pequeño. Hay que ser
muy realista en qué podemos lograr y en qué no. En un mismo contexto familiar o
comunal, hay clientes totalmente distintos”.
Mencionó y
elogió, en tal sentido, los aportes del libro Porfolios of the Poor, de varios
autores, en el que se consigna cómo viven 250 familias pobres de Asia y África el
día a día en su lucha por la subsistencia.
Desde su
experiencia en México, Labarthe enumeró tres grandes necesidades de los
clientes de Banco Compartamos que los llevan a solicitar crédito: la operación
del día a día (el cash flow), la atención de emergencias y la preparación de
eventos familiares (bodas, fiestas de quince, etc).
Con lo cual
quedaba dicho: ni se trata de poner en marcha emprendimientos productivos, ni
se trata de salir de la pobreza. Las microfinanzas, desde esta óptica, a lo
sumo, permiten a los pobres sobrellevar mejor su pobreza. En tal sentido se
“sobrevendió” su historia.
La tesis es
consistente con el documento del CGAP ¿El microcrédito ayuda realmente a los
pobres?, de Richard Rosemberg. Allí, en efecto, se admite que no hay evidencias
que prueben que las microfinanzas ayuden a salir de la pobreza. Pero parecería
claro que sí aportan soluciones a los hogares pobres para, entre otras cosas,
“estabilizar su consumo, financiar grandes gastos y lidiar con los shocks”.
El problema
que subyace a esta cuestión -debate de fondo en el que se inscribió la frase de
Labarthe- es que en los últimos años no sólo se pide a las microfinanzas más de
lo que éstas pueden ofrecer, sino que se financian investigaciones para que las
microfinanzas demuestren si cumplen o no con su cometido. ¿Qué cometido?, ¿a
qué relato creer?
Por un lado
tenemos la visión idealizada del pobre que es pobre en tanto ha sido privado de
los recursos que, de disponerlos, le permitiría salir de su situación. Las
microfinanzas cumplirían ese rol restitutivo y redentor.
Y por otro
lado tenemos la visión más realista de Labarthe-Portfolios, donde el pobre usa
servicios financieros, ni más ni menos, que para hacer frente a su pobreza (en
clave de estética literaria, podríamos decir que entre uno y otro discurso hay
un desplazamiento que va de lo romántico a lo naturalista).
En los
últimos cinco años, a instancias de inversores y filántropos que esperan
certeza de los resultados de sus aportes, se han realizado importantes
investigaciones procurando determinar el impacto de un programa
microfinanciero. El problema es que, si están bien hechas, las investigaciones
son largas y costosas. Y por más finas que sean las pruebas aleatorias
controladas, los modelos econométricos o cualitativos, muy probablemente no
arriben a conclusiones definitivas.
Además,
como lo han señalado Karlan y Goldberg, estos estudios de evaluación en
microfinanzas deben medir un componente contrafáctico particularmente complejo
y elusivo: ¿cómo podría haber sido la vida del pobre de no haberse implementado
el programa? Le impone al investigador un desafío extra para su diseño.
La
intervención del directivo de Compartamos terminó con un comentario que atribuyó
a “un inversor social no ligado a las microfinanzas”, y que sonó ligeramente
cínico:
“La
industria de las microfinanzas es esquizofrénica. Es la única que se pregunta
por el impacto final de lo que produce. No lo hace la industria de la
alimentación, por ejemplo, como tampoco otras industrias”.
Moderado
por la gerente general del Fomin, Nancy Lee, el panel propuso expertos e investigadores
con experiencia y conocimiento en economías aplicadas, medición de impacto en
microfinanzas y efectividad en políticas de desarrollo: David Roodman (Center
for Global Development), Lisa Khun (Freedom from Hunger), Sandra Darville
(Fomin) y Martín Valdivia (GRADE), además de Labarthe.
Referencias
- COLLINS, Daryl; MORDUCH, Jonathan; RUTHERFORD,
Stuart y RUTHVEN, Orlanda: Portfolios of the Poor. How the World’s Poor Live on
$2 a Day, Princeton University Press, 2009.
- KARLAN, Dean y GOLDBERG, Nathanael: “Microfinance
Evaluation Strategies: Notes on Methodology and Findings”, en ARMENDARIZ,
Beatriz y LABIE, Marc (editors): The Handbook of Microfinance, World
Scientific, Singapur.
- ROSEMBEERG,
Richard: “¿El microcrédito ayuda realmente a los pobres?”, Enfoques, Nº 59,
Washington, DC, CGAP, 2010.
Publiqué
este artículo el 18 de octubre de 2011 en MicroDinero
No hay comentarios:
Publicar un comentario