(Mundo
Microfinanzas) Los últimos años han dejado ver el interés creciente por
soluciones basadas en el mercado que puedan abordar los problemas de la
pobreza. En especial, inversiones orientadas a los denominados negocios
inclusivos, esto es, actividades empresariales que involucren a los pobres en
cadenas de generación de riqueza. Actividades que, sin dejar de ser rentables
para el sector privado, lo son también para un sector demográfico usualmente excluido de
los beneficios de la economía.
Animados por el
ejemplo de las microfinanzas, emergen nuevos y prometedores modelos de
inversión en la llamada base de la pirámide (BdP) que han provocado un sacudón en el flamante campo de la inversión de impacto, aquella que produce un bien social y medioambiental
además del financiero. Cientos de fondos se han establecido en los últimos años
y miles de millones de dólares esperan ser invertidos.
Ahora bien, muchos
inversores (privados, donantes bilaterales y multilaterales, instituciones
financieras de desarrollo) han encontrado distintas dificultades al momento de implementar
el proyecto y lograr extraer de la inversión todos sus potenciales beneficios
económicos y comunitarios. Los motivos pueden ser varios: van desde déficits de
infraestructura, limitada información y gran heterogeneidad en el segmento BdP,
incertidumbres regulatorias, necesidad de una educación al consumidor, entre
otras.
¿Podrán los
inversores de impacto aprovechar estos nuevos modelos de negocios inclusivos
que rindan frutos en todo el recorrido del proceso: desde su prototipo hasta su
escalabilidad? ¿Cómo aprovechar plenamente el potencial de estas experiencias?
Si el capital de impacto es la clave para que adquieran escala, ¿cuál es
entonces el rol de la filantropía?
Estas preguntas y
este escenario se plantean en un nuevo documento dado a conocer por el Monitor Group, con la colaboración de Acumen Fund y el financiamiento de la Fundación Gates. La investigación, titulada From Blueprint to Scale
(que podría traducirse como “De la idea a la escala”), sostiene que el capital
de impacto por sí solo no podrá liberar el potencial de la inversión. Y que las
experiencias pioneras en negocios inclusivos necesitarán -como necesitaron en
su momento los pioneros de las microfinanzas- del apoyo filantrópico para poder
desarrollarse y adquirir una dimensión que sea atractiva para los inversores.
Un reciente
relevamiento de Monitor sobre 400 negocios inclusivos en África halló que sólo
el 32% era comercialmente viable y con potencial de escala, mientras que sólo
el 13% había alcanzado un nivel adecuado de escala. Desde la óptica de un
inversor de impacto -que se maneja con márgenes finos y volátiles, en entornos
impredecibles- el panorama no es alentador.
Desde la
perspectiva del fondeador filantrópico, en cambio, las cosas se presentan
diferentes. Puestos a afrontar pesados desafíos con limitados recursos, los
donantes están ávidos de innovaciones que incrementen la efectividad y
sostenibilidad, siendo más propensos a invertir en la creación de bienes
públicos -como modelos de negocios, competencias laborales, infraestructura y
educación al consumidor- en la medida en que ellas lleven a un mayor impacto.
De acuerdo con el
reporte, el apoyo filantrópico juega un rol catalizador que el
capital del inversor no puede tener. El espejo son las microfinanzas. Hoy
comercialmente atractivas con billones de dólares de capital invertido, ellas
fueron prometedoras durante muchos años sin ser rentables. El sector recibió 20
billones de dólares en subvenciones, préstamos blandos y garantías en sus
primeras dos décadas de desarrollo. Esto permitió a pioneros como el Grameen Bank
refinar el modelo a través de varios años de ensayo y error, hasta hacerlo
sostenible.
El estudio muestra
cómo al banco fundado por Yunus en Bangladesh le llevó diecisiete años,
desde su fundación en 1976, obtener resultados financieros equilibrados. Y lo
compara con experiencias posteriores en la industria que replicaron el modelo
Grameen: SKS en India, lanzada en 1996, demandó seis años en tener equilibrio
financiero; Ujjivan, fundada en 2005, lo encontró al cabo de cuatro años de
operaciones; y Equitas, creada en 2007, lo alcanzó sólo un año después. De lo
que se deduce que Grameen pagó un costo (el costo del pionero) que hizo posible
la perfectibilidad y una progresivamente más rápida sostenibilidad.
Donantes e
inversores filantrópicos estarían llamados a ser colaboradores críticos para
cubrir el “costo del pionero” y abrir un camino a estas novedosas experiencias
en la base de la pirámide.
El documento se
inicia con un epígrafe del romántico norteamericano James Russell Lowell: “La
creatividad es menos el hallazgo de una cosa, que lo que haces luego de
descubrirla”.
Referencia
From Blueprint to Scale. The Case for Philanthropy in
Impact Investing (por Harvey Koh, Ashish Karamchandani y Robert Katz; Monitor
Group, en colaboración con Acumen Fund, con financiamiento de la Fundación Gates; Cambridge, Massachusetts; abril de 2012).
No hay comentarios:
Publicar un comentario