El fundador del Grameen Bank en una visita a Milán, en 2010 (foto: Giuseppe Nicoloro) |
(Textos
recobrados de MicroDinero) A tal grado de tirantez ha llegado la relación entre
el gobierno de Bangladesh y el profesor Muhammad Yunus, que la noticia del
desplazamiento del fundador del Grameen de su puesto como máxima autoridad
ejecutiva del banco recorre el mundo y enardece a un movimiento globalizado de
simpatizantes y seguidores del “banquero de los pobres”.
Desde la secretaria
de Estado del gobierno norteamericano hasta los miles de ignotos fans de las
redes sociales, Yunus ha concitado en los últimos años una corriente de
adhesión mundial que incluye a encumbrados formadores de opinión, políticos y
financistas, influyentes líderes de la sociedad civil, académicos, defensores
de derechos humanos, activistas sociales, empresarios y filántropos de
diferentes extracciones y procedencias. En Europa acaba de constituirse la
sociedad Friends of Grameen, presidida por la ex jefa de estado de Irlanda Mary
Robinson, decidida a asumir la defensa de Yunus y la no injerencia del gobierno
bengalí en el mítico banco de microcréditos, fundado en 1976 por un entonces
treintañero profesor de Economía, a cargo de un programa rural en la
universidad de Chittagong.
Una primera
cuestión: ¿Por qué el mundo se abroquela en defensa de una figura que, como
parecen sugerir las últimas noticias desde Dhaka, está próxima a ser jubilada
por contiendas y rencillas locales en Bangladesh?
Visto así,
desde fuera, el relato parece convincente: un líder social de gran popularidad,
de reconocimiento mundial, ganador de un premio Nobel y una veintena de honoris
causa, es víctima de la política institucionalizada de su país, que lo ve como
un incómodo competidor -incluso desestabilizador- a cargo de un banco que
detenta el botín de más de ocho millones de clientes, según informa el mismo
banco desde su página.
Desde luego
que este tipo de lucubraciones pasan por la cabeza de más de un dirigente del
partido actualmente en el gobierno en Bangladesh, encabezado por la primera
ministra Sheikh Hasina. Pero equivocaríamos el camino si
es que confiamos en la transparencia de este relato de víctimas y victimarios, de buenos y malos. En tal sentido, convendría reparar en las circunstancias
históricas que hacen posible este entramado global de apoyo a una figura que
siempre se vio asociada a una idea heterodoxa, “crítica” del capitalismo.
En efecto,
la emergencia de la crisis financiera de las subprime en 2007-2008, y los
remedios fuertemente intervencionistas pergeñados desde Washington, marcó un
quiebre histórico de acumulación que había llegado a un punto de especulación paroxístico:
lo que se conoció como el estallido de la burbuja de los créditos hipotecarios
en los Estados Unidos. En tales condiciones, discursos en pos de un capitalismo
humanizado, responsable, autocontrolado y enfocado a lo social pasaron a nutrir
argumentaciones y guiar políticas desde los más conspicuos núcleos de poder
económico (gobiernos, bancos multilaterales, cierto establishment empresario y
ONGs internacionales, con mucho peso en la orientación, gestión y ejecución de
inversiones en países pobres). El mensaje de Yunus por un “nuevo capitalismo” y
a favor del social business (por tomar los títulos de sus dos últimos libros)
cuajó fértil en este terreno y contribuyó a enrostrar a los mercados los
catastróficos efectos sociales a que puede llevar una espiral especulativa y un
afán de lucro desenfrenado. El debate que ha ocupado a las microfinanzas en los
últimos meses se centra básicamente en esta inflexión.
Esto no
desmerece a Yunus ni a quienes adhieren a su prédica (Yunus se ha ganado con
justicia su lugar como referente en la inclusión de los pobres a la economía).
Se trata de ver la conexión dialéctica entre un tipo de discurso, corporizado
en una personalidad carismática y con aires de “gurú”, como es Yunus, y el
contexto histórico de una economía que se debate por pervivir en medio de una inusitada
debacle.
Publiqué
este artículo el 2 de marzo de 2011 en MicroDinero
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