(Mundo Microfinanzas) Sabido es que estafadores hay en todos lados y en todas las épocas.
Con recursos más o menos toscos, más o menos sofisticados, estos apropiadores de dinero ajeno tuvieron en Bernard Madoff un exponente hiperbólico, prácticamente un emblema del derrumbe financiero del año pasado, del cual todavía el mundo se debate por salir.
El macabro glamour de Madoff no impide -y esto América Latina lo conoce- que florezcan en todas las latitudes versiones folklóricas de este arquetipo de estafador, dispuesto a entrampar a ricos y pobres por igual.
Uno de estos casos, ocurrido el año pasado en Sri Lanka, ha sido traído a cuento por uno de los directores del banco central cingalés, W. A. Wijewardene, en un artículo publicado este martes por el Lanka Business.
El texto -base de una exposición brindada por el autor en un seminario sobre microfinanzas realizado el lunes pasado en Colombo- comienza haciendo mención al nombre con que se conoció el resonante caso: Sakvithi.
Bajo esta denominación (algo así como “Gran Dios de los Cielos”, Chief God of Heavens) se presentaba hasta el año pasado un programa de microcréditos en el país, a la postre comprobadamente fraudulento. Sakvithi recaudaba fondos con promesas de alta y súbita rentabilidad, ornamentado con supuestos fines socialmente benéficos.
Mencionar hoy la palabra “sakvithi” en Sri Lanka -país multiétnico y de gran tolerancia hacia las religiones- no remite a la idea de dios sino a la de hombre: un hombre inclinado a engañar a otros con falsas promesas de fabulosas ganancias que, al fin, terminan acabando con las riquezas de quien confió.
Es también -agrega el autor del artículo- “el retrato de un hombre que sabe jugar con la fragilidad psicológica de las personas, dueño de habilidades de venta y que sabe atribuirse a sí mismo cualidades de amigo, de santo y hasta de salvador”.
De una cosa están seguros aquellos que cayeron en sus artimañas: la pérdida completa de sus ahorros. Y, en muchos casos, el derrumbamiento de sus esperanzas de una vida mejor en el futuro.
El “episodio Sakvithi”, dice Wijewardene, no es aislado. Recuerda que en muchas ocasiones la gente, por propia voluntad, invierte sin un asesoramiento conveniente respecto al riesgo y rentabilidad. El deseo de obtener buenos dividendos suele estropear la razón.
Para el autor, las microfinanzas tienen que aprender la lección de Sakvithi si es que quiere prevenirse de una muerte prematura.
Los planes/ardides (en este sentido es interesante ver la ambigüedad semántica que plantea la palabra schemes en inglés, usada por el autor de la nota seguramente en su segunda acepción) de rápido y elevado retorno son astutamente diseñados para hacer caer en la trampa a desprevenidos.
El modus operandi de estos estafadores es siempre el mismo. Crean una institución de microfinazas, aprovechando que está de moda y es asociada a responsabilidad empresarial y beneficio comunitario. Esta legitimación social les permite operar bajo el paraguas ético de las microfinanzas, ornada de propaganda y marketing adecuados.
El mayor riesgo es que estos episodios ponen en juego la reputación y credibilidad de la industria, ya que instalan un “elemento desestabilizador y fraudulento en el sistema financiero”, a decir del director del banco central de Sri Lanka. Y una vez perdidas la reputación y la credibilidad, es harto dificultoso recuperarlas, perjudicando en última instancia a genuinos y honestos profesionales.
De allí que, para las microfinanzas, más vale que Dios las libre de ciertos santos...
Con recursos más o menos toscos, más o menos sofisticados, estos apropiadores de dinero ajeno tuvieron en Bernard Madoff un exponente hiperbólico, prácticamente un emblema del derrumbe financiero del año pasado, del cual todavía el mundo se debate por salir.
El macabro glamour de Madoff no impide -y esto América Latina lo conoce- que florezcan en todas las latitudes versiones folklóricas de este arquetipo de estafador, dispuesto a entrampar a ricos y pobres por igual.
Uno de estos casos, ocurrido el año pasado en Sri Lanka, ha sido traído a cuento por uno de los directores del banco central cingalés, W. A. Wijewardene, en un artículo publicado este martes por el Lanka Business.
El texto -base de una exposición brindada por el autor en un seminario sobre microfinanzas realizado el lunes pasado en Colombo- comienza haciendo mención al nombre con que se conoció el resonante caso: Sakvithi.
Bajo esta denominación (algo así como “Gran Dios de los Cielos”, Chief God of Heavens) se presentaba hasta el año pasado un programa de microcréditos en el país, a la postre comprobadamente fraudulento. Sakvithi recaudaba fondos con promesas de alta y súbita rentabilidad, ornamentado con supuestos fines socialmente benéficos.
Mencionar hoy la palabra “sakvithi” en Sri Lanka -país multiétnico y de gran tolerancia hacia las religiones- no remite a la idea de dios sino a la de hombre: un hombre inclinado a engañar a otros con falsas promesas de fabulosas ganancias que, al fin, terminan acabando con las riquezas de quien confió.
Es también -agrega el autor del artículo- “el retrato de un hombre que sabe jugar con la fragilidad psicológica de las personas, dueño de habilidades de venta y que sabe atribuirse a sí mismo cualidades de amigo, de santo y hasta de salvador”.
De una cosa están seguros aquellos que cayeron en sus artimañas: la pérdida completa de sus ahorros. Y, en muchos casos, el derrumbamiento de sus esperanzas de una vida mejor en el futuro.
El “episodio Sakvithi”, dice Wijewardene, no es aislado. Recuerda que en muchas ocasiones la gente, por propia voluntad, invierte sin un asesoramiento conveniente respecto al riesgo y rentabilidad. El deseo de obtener buenos dividendos suele estropear la razón.
Para el autor, las microfinanzas tienen que aprender la lección de Sakvithi si es que quiere prevenirse de una muerte prematura.
Los planes/ardides (en este sentido es interesante ver la ambigüedad semántica que plantea la palabra schemes en inglés, usada por el autor de la nota seguramente en su segunda acepción) de rápido y elevado retorno son astutamente diseñados para hacer caer en la trampa a desprevenidos.
El modus operandi de estos estafadores es siempre el mismo. Crean una institución de microfinazas, aprovechando que está de moda y es asociada a responsabilidad empresarial y beneficio comunitario. Esta legitimación social les permite operar bajo el paraguas ético de las microfinanzas, ornada de propaganda y marketing adecuados.
El mayor riesgo es que estos episodios ponen en juego la reputación y credibilidad de la industria, ya que instalan un “elemento desestabilizador y fraudulento en el sistema financiero”, a decir del director del banco central de Sri Lanka. Y una vez perdidas la reputación y la credibilidad, es harto dificultoso recuperarlas, perjudicando en última instancia a genuinos y honestos profesionales.
De allí que, para las microfinanzas, más vale que Dios las libre de ciertos santos...
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