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martes, 25 de marzo de 2014

Crisis y distorsiones del modelo minimalista de microfinanzas


(Mundo Microfinanzas) “De cómo las microfinanzas han defraudado al mundo en desarrollo”.

Kamal Munir
El artículo en inglés que lleva este doloroso título (How microfinance disappointed the developing world), firmado por el economista y docente de la Judge Business School, de la Universidad de Cambridge, Kamal Munir, ha sido publicado en el mes de febrero por The Conversation, una plataforma de periodismo académico impulsado por un grupo de universidades australianas. En el texto, el experto británico expone argumentos hirientes contra las microfinanzas y asegura que “las esperanzas y aspiraciones que alguna vez despertaron se han disipado”.

El artículo es un nuevo avatar dentro de la corriente de cuestionamientos que ha merecido esta industria en los últimos años, principalmente de fuentes académicas. Como hemos dicho desde este blog -obviamente exagerando-, la crítica de las microfinanzas se ha constituido casi en un género específico de discurso. Como si todo lo bueno y prometedor que las microfinanzas parecieron traer en sus comienzos, revierta ahora bajo la forma de un alegato demoledor, apuntando al meollo del asunto: los servicios financieros no sólo no remedian la pobreza, sino que la agudizan.

Como también hemos dicho varias veces, las críticas son bienvenidas. En este espacio, al menos, lo son. Las críticas ayudan a pensar, ayudan a reorientar, ayudan a relevar argumentos esclerosados, que a fuerza de ser repetidos acaban por expresar nada.

Si la crítica proviene de instituciones académicas o think tanks debiera concitar mayor atención por parte de los actores de la industria, pues es cierto que otros géneros discursivos (como el periodístico) suelen caer en trampas de sensacionalismo, a veces falta de rigor y casi siempre adoleciendo de método para un seguimiento serio de aquello que se critica. El artículo de Kamal Munir peca, tal vez, de estar construido sobre la base de un imaginario exclusivamente “asiático” de las microfinanzas (y la crisis de Andhra Pradesh en 2010 no forzosamente se corresponde con la realidad del sector en otras regiones del mundo). Pero aporta argumentos poderosos, enmarca convincentemente el problema dentro de una economía global y desentraña lo que él llama el “modelo minimalista” de las microfinanzas. El mito alrededor de este modelo, apoyado por agencias internacionales e inversores privados, que involucra sólo crédito al “costo real del capital” sin ninguna otra “intervención” (los entrecomillados son del autor), ha estallado con bastante espectacularidad, según su visión.

He aquí cómo se podría desmadejar el modelo minimalista, de acuerdo con el análisis de Munir:

El microcrédito podría efectivamente proporcionar un sustento a hogares apremiados, si se lo instrumentara a pequeña escala y con tasas de interés subsidiadas. Para algunos prestatarios esto podría significar alguna ayuda, incluso a tasas relativamente altas, al sustraerlos de las garras de prestamistas.

Pero dados los incrementos elevados del costo de vida y el reducido rol de los gobiernos, especialmente en relación con la salud y la educación, el microcrédito “nunca será capaz de contener la marea de la pobreza”. El factor de la salud es, en opinión del catedrático de Cambridge, la principal razón que lleva a los pobres a la bancarrota en muchos países en desarrollo y la educación toma una proporción cada vez más creciente en sus ingresos.

El autor cuestiona que se quiera pintar a las mujeres, beneficiarias privilegiadas del crédito para las microfinanzas, como “heroínas del emprendimiento”.

“Ellas son heroicas, en efecto, porque combaten la pobreza brutal, pero las iniciativas empresariales siempre han tenido una alta tasa de mortalidad, y no hay muchas de estas iniciativas que puedan asegurar el tipo de rentabilidad necesario para afrontar tasas de interés que exceden el 40%”, advierte.

Un giro en las metas

Para el profesor de Cambridge, los traspiés de las microfinanzas en demostrar su eficacia en la lucha contra la pobreza han llevado a sus principales defensores a variar, a dar una torsión, en lo que es el léxico y el relato de su justificación. Así es como surge la acuñación “inclusión financiera”, que a juicio del autor no es más que la condensación de “la vieja tesis de Milton Friedman según la cual la única diferencia entre pobres y ricos es el acceso al capital”.

También señala que el término microcrédito mutó a microfinanzas (lo cual es cierto) y que la disminución de la pobreza salió, sigilosamente, de foco (lo cual es dudoso). Por otra parte, el hecho de que la mayor parte de los prestatarios destinara sus créditos al consumo y no a la producción “no fue tenido como fracaso de la misión original”, fustiga el autor. Antes bien, esta “fluidez del consumo” (consumption smoothing) fue celebrada como otro logro.

Llegamos así a dos realidades contradictorias de las microfinanzas. Una es la celebración mundial de este modelo basado en el mercado para reducir la pobreza. La otra, cruel, de prestatarios sumidos en ciclos de endeudamiento y “batallando contra un opresivo orden mundial neoliberal donde la proporción de ingresos destinados a salud, educación y alimentación no ha dejado de incrementarse”.

En la última parte del artículo, el autor concentra su crítica en las incursiones de algunos proveedores de microfinanzas en los mercados globales de capital, camino facilitado ("pavimentado") por agencias de desarrollo e instituciones multilaterales. Las microfinanzas atrajeron entonces a inversores privados movidos por “historias hilvanadas” (tales woven) por estos proveedores, historias “de ayudar a los pobres y de hacer fortunas a la vez”.

Si el modelo minimalista persiste al día de hoy, alimentado por el capital global, se debe básicamente a la pobreza desesperante que envuelve al mundo y a los préstamos de mayor tamaño dirigidos a no tan pobres, asegura el catedrático. La creciente polarización de la sociedad que eleva el costo de vida, junto con una privatización a gran escala de las instituciones de protección social, pone cada vez más presión sobre los pobres.

En el mejor de los casos, afirma Munir, las microfinanzas minimalistas proporcionan un apósito allí donde es necesaria una intervención mayor; en el peor de los casos, profundizan la herida. 

Y concluye poniendo el índice en el marco de la economía global: “Instituciones microfinancieras socialmente arraigadas que organizan a los emprendedores, les facilitan capacitación y los insertan en economías más amplias son mucho más efectivas aun con costos más elevados. Las microfinanzas que no cobran intereses, basadas en beneficencia, ofrecen del mismo modo un gran auxilio. Sin embargo, en última instancia, ambas modalidades son francamente estériles frente a la arremetida neoliberal”.

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