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viernes, 23 de abril de 2010

Mariátegui, aniversario y reivindicación


(Mundo Microfinanzas) Hace ochenta años moría en Lima José Carlos Mariátegui (1894-1930), uno de los intelectuales más brillantes que ha dado América Latina y autor de una obra que se ha transformado en referencia fundamental a la hora de pensar cualquier proyecto de desarrollo autónomo para el subcontinente. La muerte se llevó prematuramente a este notable ensayista peruano, con apenas 35 años y después de convalecer en una silla de ruedas tras una larga enfermedad.

José Carlos Mariátegui
Reivindicar hoy la figura de Mariátegui compromete básicamente una relectura atenta de su obra: su producción en los años de la revista Amauta (uno de los episodios culminantes de la vanguardia literaria latinoamericana), sus textos políticos (cuya originalidad hacen de su autor un pionero en la reflexión sobre la viabilidad del marxismo en América Latina) y, sobre todo, los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, el texto que de algún modo condensa historia, literatura y política y que funciona como cifra de toda la obra mariateguiana.

Publicado por primera vez en Lima, en 1928, los Siete ensayos han excedido largamente su propósito inicial de intervenir en los acalorados debates que signaron aquella belle époque del Perú de los años ’20. Comparable al Facundo de Domingo F. Sarmiento, Casa grande e senzala de Gilberto Freyre o La historia me absolverá de Fidel Castro, entre otros textos, los Siete ensayos siguen interpelando hoy a todo aquel que quiera adentrarse en una reflexión polémica sobre los condicionantes históricos del proceso de emancipación latinoamericana, los ejes agónicos que atraviesan el problema de la identidad y el programa para un desarrollo que incorpore toda la complejidad cultural, étnica, económica y social que arrastra la región, llevando la discusión a un terreno árido y (necesariamente por ello) amplio y plural.

Los ensayos están precedidos por una breve pero significativa Advertencia. Es interesante detenerse en lo que Mariátegui plantea en este umbral de su texto. “No es éste un libro orgánico. Mejor así” (para todas las citas, me guío de Ediciones El Andariego, Buenos Aires, 2005) “… meter toda mi sangre en mis ideas”, “Ninguno de estos ensayos está acabado: no lo estarán mientras yo viva y piense”, “… no soy un crítico imparcial y objetivo” (págs. 12 y 13).

Por cierto, quien aparece -explícitamente- detrás de la lacónica efusión de estas frases es la figura de Nietzsche. Pero la advertencia funciona más allá de lo que pueda ser una remisión de autoridad: a medida que se avanza en la lectura, la estela vitalista y sanguínea de estas líneas permiten comprender mejor la textura controversial, abierta, por momentos incluso a riesgo de ser contradictoria, con que Mariátegui construyó estos ensayos.

Los ensayos, a saber “Esquema de la evolución económica”, “El problema del indio”, “El problema de la tierra”, “El proceso de la instrucción pública”, “El factor religioso”, “Regionalismo y centralismo” y “El proceso de la literatura”, son sucintamente comentados a continuación, destacando de ellos algunos aspectos que puedan invitar a una lectura en profundidad del texto.

Esquema de la evolución económica. En el primer ensayo, el lector ya puede comenzar a familiarizarse del esquema triádico con que Mariátegui piensa, en general, todo el proceso histórico del Perú: la economía colonial (asentada a su vez sobre las bases de una fuerte herencia incaica), la economía de la República (que por su parte no logra quebrar la inercia del pasado colonial) y el carácter de la economía actual, en la posguerra del Pacífico y luego de las breves y episódicas ensoñaciones del guano y el salitre (“sustancias humildes y groseras, les tocó jugar en la gesta de la República un rol que había parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y menos positivistas”, escribe Mariátegui, pág. 18), donde comienza a evidenciarse la aparición de la industria moderna, un proletariado industrial, el capital financiero y la creciente gravitación de los Estados Unidos. El autor señala que en el Perú de su época coexistían elementos de tres economías diferentes: indígena, feudal-colonial y burguesa capitalista. Y dedica un apartado especial a la economía agraria y el latifundismo feudal, donde apunta que una clase terrateniente no ha logrado convertirse en burguesía capitalista nacional y se ha contentado con ser intermediaria del capital extranjero, a cargo de la explotación de los minerales, el comercio y el transporte nacional. Hacia el final del capítulo, Mariátegui expone con agudeza la crítica a esta clase capitalista peruana sui generis, heredera de los colonizadores burócratas que siguieron al tiempo de la conquista:

El capitalista, o mejor el propietario criollo, tiene el concepto de la renta antes que el de la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu de creación, el poder organizador, que caracterizan al capitalista auténtico, son entre nosotros casi desconocidos” (pág. 26)

El problema del indio. Este segundo ensayo (el más breve pero en íntima correlatividad con el que le sigue, El problema de la tierra) resitúa el problema indígena en su faz estrictamente económica. En tal sentido, Mariátegui cuestiona tanto las concepciones románticas del indio, que tienden a ligarlo con una problemática moral y humanitarista, como los extravíos positivistas que ven en el indio un problema étnico que se resuelve con transfusiones de sangre europea. Una y otra visión son ingenuas, además de retrógadas (y racista en el caso positivista). La cuestión indígena no se resuelve hasta tanto no se extirpen los mecanismos económicos del gamonal, que ha privado al indio de lo que más quiere: la tierra.

El indio ha desposado la tierra. Siente que ‘la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente” (pág. 34)

El problema de la tierra. Mariátegui lamenta, en este tercer ensayo, que el régimen agrario-feudal del Perú haya obturado el desenvolvimiento de la pequeña propiedad, un desarrollo razonable de lo que habían sido las tierras comunales incas. En esta línea, se muestran los componentes más liberales del pensamiento mariateguiano (que dicho en relación con el fundador del Partido Socialista del Perú, o lo que luego fue el Partido Comunista, parecería raro pero no lo es). La colonización vino a destruir la civilización agraria de los incas y su federación de ayllus sin reemplazarla por otra que conserve el rendimiento económico y social de la tierra. En lugar de una fragmentación de la tierra en pequeñas parcelas, sobrevino el latifundio y la esclavitud (indios, luego negros y luego culis chinos para atender a los requerimientos de fuerza de trabajo). La base de esta estructura no fue afectada por las políticas (“liberales”) de la República. Más allá de la abolición formal de mitas y encomiendas,

“…la pequeña propiedad no ha prosperado en el Perú. Por el contrario, el latifundio se ha consolidado y extendido. Y la propiedad de la comunidad indígena ha sido la única que ha sufrido las consecuencias de este liberalismo deformado” (págs. 53-54)

El proceso de la instrucción pública. En este cuarto ensayo resuenan las secuelas de la Reforma Universitaria de 1918, en Córdoba. En el que sea acaso el más antihispanista de los siete ensayos, Mariátegui descarga sus dardos dialécticos contra el diletantismo clerical-doctoral de los catedráticos de Lima (Lima y Córdoba son, en tal sentido, hermanas) para pronunciarse por la necesidad de una enseñanza que guíe a la iniciativa emprendedora, la industriosidad y la conexión estratégica de estudiantes y el naciente proletariado. El proyecto de las universidades populares (donde sobresalió el joven Haya de la Torre, por quien Mariátegui profesó respeto y admiración, para luego distanciarse y dejar abierto, tras su muerte, la bifurcación ideológica del Partido Comunista y el APRA) iba unida a los postulados originarios del reformismo: intervención de los estudiantes en el gobierno de la universidad, renovación de los métodos pedagógicos y reforma del sistema docente (Mariátegui ensaya lo que retrospectivamente podemos ver como el fundamento originario de la "cátedra paralela"). Y como para dejar en evidencia el carácter peculiar del vanguardismo mariateguiano, hacia el final del ensayo se lee una crítica de la máquina y del maquinismo que lo divorcian de su generación, más proclive a exaltar la técnica y los artificios modernos, tanto del arte como de la industria:

El destino del hombre es la creación. Y el trabajo es creación, vale decir liberación. El hombre se realiza en su trabajo. Debemos al esclavizamiento del hombre por la máquina y a la destrucción de los oficios por el industrialismo, la deformación del trabajo en sus fines y en su esencia (…) El maquinismo, y sobre todo el taylorismo, han hecho odioso el trabajo” (pág. 105)

El factor religioso. La catadura esencialmente polémica del libro hace que cada uno de los ensayos marque o señale el o los discursos (a veces no son siquiera discursos, sino meras coartadas ideológicas) contra los cuales Mariátegui va a insurgir. En el caso de este quinto ensayo, el Amauta comienza cuestionando a quienes asocian ingenuamente religiosidad con oscurantismo. Tentativas por abordar la religión y su correlato sociológico y económico: tal es el asunto de este capítulo. Así como el ascetismo individualista del pionner puritano en Estados Unidos puso las simientes de la austeridad y prosperidad del primer ciclo industrial norteamericano (difícil que Mariátegui haya leído La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Weber, libro recién traducido al inglés en 1930), el colonizador y evangelizador en Perú adaptó cosmogonías incas a las prácticas ritualizadas del catolicismo, de lo que resultó un culto pomposo y anquilosado “que no inspiró ninguna gran aventura económica” (pág. 123). Incluso el autor hace una feliz distinción entre un primer momento heroico de las misiones en América y la burocracia clerical que degeneró después, fagocitada por las riquezas del continente y complaciente con la explotación del indio y del negro. Algunas palabras sobre el Tawantinsuyo:

Los rasgos fundamentales de la religión inkaica son su colectivismo teocrático y su materialismo (…) La religión quechua era un código moral antes que una concepción metafísica (…) Tenía fines temporales más que fines espirituales. Constituía una disciplina social más que una disciplina individual (…) Lo que tenía que subsistir de esta religión, en el alma indígena, había de ser, no una concepción metafísica, sino los ritos agrarios, las prácticas mágicas y el sentimiento panteísta” (págs. 113-114)

Regionalismo y centralismo. “La costa, la sierra y la montaña. En el Perú lo único que se haya bien definido es la naturaleza” (pág. 139). Con esta concisa elegancia mariateguiana puede resumirse el problema que trata este anteúltimo ensayo, tal vez el más “peruano” de los siete, por su evidente relación con los rasgos físico-geográficos del país. Mariátegui se va a concentrar en el análisis antitético de sierra y costa: una indígena, la otra española o mestiza. Una dualidad étnica, lingüística y económica que complejiza toda tentativa de integración regional. Diferencia este regionalismo del federalismo invocado en su época, demasiado atado todavía a los intereses del gamonal y las haciendas. Tampoco coinciden las regiones con los “departamentos”, meros artificios políticos. Unidad en la diferenciación, en las siguientes palabras:

El fin histórico de una descentralización no es secesionista sino, por el contrario, unionista. Se descentraliza no para separar y dividir a las regiones sino para asegurar y perfeccionar su unidad dentro de una convivencia más orgánica y menos coercitiva” (pág. 140)

El proceso de la literatura. Es el último ensayo y el más largo. En rigor, todo el texto parece avanzar magnetizado por este capítulo final. En él convergen la historia, las diferenciaciones sociales, lingüísticas y de casta, los procesos económicos, las ideologías estéticas, la geografía… Como lo dijo el crítico literario Antonio Cornejo Polar, “la literatura resultó ser uno de los espacios privilegiados para la discusión sobre la identidad nacional peruana”. Mariátegui comienza planteándolo como proceso de la historia de la literatura peruana en el sentido judicial del término (aquí, probablemente, deudor de las Consideraciones Intempestivas, de Nietzsche). Consigna el dualismo quechua-español del Perú como problema irresuelto que hace a la literatura nacional un caso de excepción. Y da ingreso a los escritores del país, desde el Inca Garcilaso a Vallejo, en un sucesivo examen histórico de condenados, absueltos y penitentes. Entre otros, Garcilaso (“se dan la mano dos culturas, dos edades”, pág. 158), Riva Agüero (literatura colonial, que hace caso omiso al pasado incaico salvo como mero “exotismo”, pág. 161), Ricardo Palma (“realismo burlón”, “fantasía irreverente y satírica”, pág. 163, crítica leve, pero crítica al fin, de la colonia en Perú), González Prada (la transición del período colonial al período cosmopolita), Chocano (el malentendido de la literatura latinoamericana como verbosidad exuberante y tropicalista), la generación futurista (paradójicamente, restauración colonialista y limeñista) y César Vallejo (la nueva poesía, la nueva sensibilidad, lo indígena en el fondo y en la letra de sus versos, americanismo genuino y esencial, nostalgia de exilio y ausencia, la hesitación del indio y su inquietud). Para Mariátegui, el autor de Trilce...:

... siente todo el dolor humano. Su pena no es personal” (pág. 209)

Reivindicar a Mariátegui, a ochenta años de su partida, es pensar la actualidad innegable de su obra. Y sobre todo aquellos aspectos de su producción que se atreven a problematizar las diferencias y los conflictos, a tender puentes más que a bloquearlos. Más que las heterodoxas formulaciones marxista-indigenistas (a quien interese este aspecto de la obra mariateguiana puede ver Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, de José Aricó, Cuadernos de Pasado y Presente), lo que creemos es la zona más productiva del autor de los Siete ensayos tiene que ver con su particular dialéctica de ruptura y propuesta. Tan peruano y latinoamericano como lo era, Mariátegui también fue un viajero incansable (hasta donde su frágil salud se lo permitió), también acechó culturas extrañas (los Siete ensayos muestran varios ejemplos, no siempre felices, es cierto, de analogías incas y orientales) y también estableció un diálogo fecundo y crítico con la tradición occidental. Ese es el Mariátegui que reivindicamos en estas líneas. Y también (pero este es el que más suele recordarse) el escritor incisivo y genial, el intelectual comprometido, el crítico sagaz, el vanguardista único.

Referencia

Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (por José Carlos Mariátegui, Ediciones El Andariego, 2005, Buenos Aires)

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