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lunes, 30 de diciembre de 2013

Microcrédito y "mito-crédito": Variaciones Grameen en Argentina


(Mundo Microfinanzas) Para quien se proponga estudiar las distintas modulaciones que han adoptado las políticas públicas de microfinanzas en América Latina en las últimas décadas, no podrá pasar por alto la experiencia del Banco Popular de la Buena Fe, en Argentina. Una iniciativa que surge desde la sociedad civil tras la crisis de 2001-2002, inmediatamente incorporada como política social del Estado desde 2002 y durante todo el ciclo kirchnerista, de 2003 a la actualidad.

En esa exploración, el libro Microcrédito, relaciones personalizadas, economía y política. El crédito para los pobres, de Bangladesh a la Argentina, del antropólogo e investigador Adrián Koberwein, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), emerge como insumo clave.

El enfoque antropológico (y semiológico) del libro -publicado en 2012- ayuda a observar el fenómeno microfinanciero desde una perspectiva poco transitada por los papers que nutren los principales debates de la industria en los últimos años. Allí, si bien se reconoce la condición inherentemente social de las microfinanzas, sigue prevaleciendo un sesgo economicista y de sostenibilidad financiera. En este libro, en cambio, el énfasis está puesto en conceptos como relaciones personales, valor (no en el sentido económico, sino social y político), confianza mutua, comunidad y proyecto (no sólo en el sentido empresarial sino, y sobre todo, político). El libro de Koberwein ayuda a desnaturalizar conceptos que suelen darse como incuestionables, resituándolos en un contexto de extrañamiento y desvelándolos en su carácter de vulgata, de lugar común. Este es quizás el mayor aporte del libro.

“La categoría de crédito, al estar sostenida por valores dominantes, por significados naturalizados, se nos presenta como no problemática. De esta manera, el crédito en sí mismo es bueno o, al menos, moralmente neutro”, dice el autor.

El texto está organizado en dos secciones, una primera que podríamos llamarla “bangladesí”, y una segunda “argentina”. En la primera el autor se luce en su faz de crítico del discurso dominante del microcrédito, erigido a partir de la experiencia pionera de Muhammad Yunus con el Grameen Bank y con un inequívoco centro ideológico: Washington. La segunda contiene el trabajo etnográfico del autor junto a miembros de algunos de los “banquitos” del Banco Popular de la Buena Fe. En mi opinión, la agudeza de la primera parte del libro y la sólida argumentación contra el microcrédito en tanto discurso hegemónico produce, en la segunda parte, un efecto algo decepcionante: el “Banquito”, como variante argentina de Grameen, se lee (el microcrédito es un lenguaje que construye sentidos, propone el autor) como la contradicción de prácticas financieras inspiradas por el mercado. Pero arrogándose una representación de “comunidad” y “Nación” que reclama, en consecuencia, la adhesión a un proyecto político asumido como totalizador (pomposamente, “Proyecto Nacional y Popular”).

Yunus, héroe mítico

El autor comienza por caracterizar lo que llama el “mito de origen” del microcrédito, enmarcándolo en una retórica neoliberal según la cual los microcréditos surgen como alternativa ante el fracaso del Estado por resolver el problema de la pobreza.

“Yunus relata en su biografía cómo logró que el Banco Mundial desembolsara recursos en forma directa hacia su banco, siendo que tradicionalmente es una institución que financia a través de los Estados nacionales”, señala Koberwein.

Yunus es, bajo esta perspectiva, un héroe mítico cuyo proyecto, en aquellos turbulentos años ’70, en Bangladesh, vendría a realizar el deseo neoliberal de suprimir al Estado como actor relevante en la administración de la cuestión social. La crítica se apunta menos al diseño original del proyecto de Yunus que a la ulterior apropiación que de esta experiencia hicieron los grandes jugadores de las finanzas mundiales. La mención del Banco Mundial no es ociosa. Se consigna además la temprana fascinación que el modelo Grameen despertó en Bill y Hillary Clinton, entonces en el gobierno de Arkansas, al promediar los años ’80. Y el apoyo que Yunus recibió de autoridades académicas como Joseph Stiglitz, la iglesia católica, Naciones Unidas, hasta la canonización del Nobel (2006).

Los textos de Yunus son lanzados internacionalmente (el microcrédito pasa a ser un producto “exportable”) al mismo tiempo que se construye esta mistificación y este discurso hegemónico sobre la pobreza. “La hegemonía produce sentido común”, dice el autor, apoyándose en Raymond Williams.

No nos vamos a explayar en el análisis semiológico de Koberwein sobre este corpus de relatos. Baste decir que se trata de “relatos ejemplificadores”, “ni verídicos ni falsos”, con una “unidad de estilo”: son simples, sencillos, incuestionables en su autoevidencia (“Nadie con buen sentido común podría negar que, dada su situación, es más beneficioso para Sufiya tomar un préstamo de Yunus, que tomar dinero de un prestamista usurero”).

Para el autor, hay en estos relatos una similitud invertida con ciertas teorías sobre el desarrollo:

“Si la noción clásica de desarrollo pretende llevar la racionalidad de mercado a los pobres y cambiar sus mentalidades, el microcrédito hace girar esta idea en 180 grados y, en vez de cambiarle la mentalidad a los pobres, propone cambiársela a los banqueros”.

Y luego: “… El mito del crédito como solución a la pobreza está apoyado en un circuito internacional de producción e imposición de ideas innovadoras… un proceso hegemónico”.

Citando a Lamia Karim, profesora de Antropología en la University of Oregon, el investigador argentino señala el interés del capitalismo por hacer del prestatario pobre un consumidor disciplinado:

“A través del microcrédito las personas pobres se han vuelto consumidores de productos de las corporaciones multinacionales, como por ejemplo teléfonos celulares, fertilizantes y pesticidas, cayendo además en la dependencia de estas corporaciones para la provisión de semillas para el cultivo y otros tipos de materias primas para la producción de bienes comerciales y de subsistencia. Según la autora, ni las ONG ni el Banco Grameen son agentes pasivos del capital. Son ‘activos productores de nuevas subjetividades y significados sociales’” (Demystifying Micro-Credit. The Grameen Bank, NGOs and Neoliberalism in Bangladesh, 2008).

Petición de Fe

Pero el libro promete una dialéctica que luego no cumple.

Desde sus primeras páginas, el autor presenta como hipótesis que la articulación de dos lógicas aparentemente contradictorias (la microfinanciera que busca un beneficio económico y la de política social, que propugna valores contrarios a la lógica mercantil) es posible porque la implementación de los microcréditos involucra una tercera lógica, la de las relaciones personalizadas, que juega un papel central en la producción de los derechos y las obligaciones entre prestadores y prestatarios de dinero.

La argentinización del modelo Grameen supondría, así, un experimento que balancea los beneficios del mercado y la promoción del Estado, iniciativa individual y solidaridad, estímulo y regulación, libertad y justicia social. Pero el Banco Popular de la Buena Fe, según lo muestra el libro, no tiene nada de esta síntesis y el componente de las “relaciones personalizadas” ya veremos en qué termina: mero mecanismo de domesticación ideológica, control social y alineamiento político.

“Como en toda versión de algo, hay elementos que se modifican, elementos nuevos y elementos que se mantienen del original”, dice el autor en relación a la adaptación vernácula del original Grameen. Entre lo que se mantiene, Koberwein destaca algunos rasgos formales de la metodología grupal: selección y monitoreo entre prestatarios; entrega escalonada del crédito; posibilidad de renovación con montos progresivamente mayores; cronograma de pagos frecuentes.

La principal innovación del Banquito es la impresionante estructura piramidal y jerárquica que contiene todo el andamiaje financiero. En el vértice superior de la pirámide está la máxima autoridad política del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (el Estado es regulador y financiador del proyecto) y en su base se asientan los “banquitos” locales, distribuidos en toda la geografía nacional, con sus grupos de prestatarios. En el medio de esta estructura se ubican los referentes provinciales, designados por el gobierno nacional, y los promotores locales que suelen ser miembros de organizaciones de la sociedad civil, partidos políticos afines al gobierno e incluso entidades pastorales como Caritas. Las relaciones entre los estamentos no están exentas de tensiones, como el autor lo muestra en más de un pasaje del libro. Pertenecer al Banquito supone adscribir a una serie de valores y aceptar las pautas del Manual de Trabajo, propuesta metodológica basada en el concepto de “comunidad organizada”, que le fuera inspirada a Perón por el estado mussoliniano, durante la estancia del caudillo argentino como agregado militar en Italia.

El prestatario del Banquito no es un mero emprendedor que accede a un préstamo para poner en marcha su negocio. La idea de “participación” es clave. Explica el autor:

“Para participar hay que ser un buen prestatario, y un buen prestatario es el que participa y, además, se compromete. Se trata de un compromiso que se construye a lo largo del tiempo y que implica, en principio, el compromiso con los compañeros de grupo solidario, con los valores y las pautas culturales del banquito y que luego se transformará en algo más amplio: un compromiso con el proyecto”.

Y luego: “Para recibir un crédito del banquito no sólo hay que presentar un proyecto, sino además sumarse a un Proyecto”.

Los promotores locales, combinando una doble condición de asesor de crédito y animador comunitario, cumplen una función estratégica. Ellos trabajan en el barrio y ven cómo viven y trabajan los prestatarios. Las jornadas de capacitación y reuniones en los centros locales “operan como fuentes de información”. Quién le debe a quién, si pagó o no, para qué se está usando el dinero, etc. A una prestataria de la provincia de Entre Ríos, a la que se le reprochaba no trabajar ni producir, se le llegó a incautar la máquina de coser que había comprado con su primer crédito.

En la visión del Banquito, un prestatario que no participa ni se compromete con la filosofía del proyecto es estigmatizado. Alguien que usó su primer crédito para instalar un aire acondicionado en su casa no merece pertenecer al grupo. Koberwein admite que “hay determinadas formas de usar el dinero que son consideradas como deshonestas en el marco de la lógica del programa, pero que difícilmente lo serían en otros contextos”.

Promotores y prestatarios acaban por conformar redes duraderas de socialización, de las que es difícil sustraerse al control. María, una informante durante el trabajo de etnografía, reconoció al autor que “yo ya terminé de pagar el crédito, pero sigo yendo igual a tomar mate con las amigas que hice en el banquito”.

El libro repite una y otra vez la consigna de la participación y lo que se llama la “vida de centro”. “Si no, el banquito se cae”, se lee recurrentemente, a modo de estribillo del texto. Quien no asiste a las reuniones del centro, quien desaparece, “es potencialmente peligroso porque nadie sabe nada de él”.

Como se dijo, tal adhesión comporta una dimensión política. En rigor, el ciclo del crédito no termina cuando se cancela la deuda: “Quienes comenzaron el ciclo como prestatarios, son luego nominados y fundamentalmente interpelados en tanto emprendedores de ese Proyecto (Nacional y Popular)”.

Tal dimensión se pone de manifiesto en los encuentros provinciales o nacionales, “expresión del igualitarismo y la visibilización de jerarquías”, como señala el autor. Allí abundan teatralizaciones donde los “enemigos” del banquito (los Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional, todo aquél que se oponga al Proyecto Nacional y Popular) son objetos de escarnio y burlas ritualizadas. Los encuentros dan lugar a todo tipo de efusiones: desde las protestas de lealtad al Proyecto, hasta el intercambio de besos y abrazos entre los miembros del grupo, con entonación de canciones prescritas de antemano en un cancionero. Como en la iglesia.

No sorprenden, así, las metáforas religiosas que apunta el autor, sugeridas ya desde el mismo nombre del Banco: “Los encuentros nacionales, tal como los hemos descrito, pueden ser entendidos como una forma de comulgar”. Si hay en este programa algo del orden de la fe, ésta no se reduce sólo al sentido de confianza en la palabra empeñada que propugna su metodología crediticia. Hay que creer -tener buena fe- que todo el entramado institucional-financiero del Banco es la expresión de una integridad moral y política: el pueblo-que-trabaja, la Nación.

Tal asunción no sólo es falaz: también es mistificadora. Si con Yunus teníamos un héroe mítico y un corpus de relatos autoevidentes, detrás de los cuales se encubrían intereses de captura capitalista sobre nuevos consumidores, con el Banco Popular de la Buena Fe tenemos el mito de la comunidad organizada y el relato de una parcialidad política que presume de totalidad. Operación sinecdóquica típicamente peronista, por otra parte.

Pintura de época

El libro es un abordaje antropológico de un programa de microcrédito en Argentina, pero se lo puede leer como más que eso. Creo que es una buena pintura de época, la Argentina de la última década. Seguramente no ha sido algo deliberado, pero es bondad del libro (la posición ideológica del autor parece ser empática con su objeto, si bien el método etnográfico de observación participativa dota al texto de una ambigüedad estructural).

En primer lugar uno ve los dramáticos efectos sociales que dejó en el país el ensayo del neoliberalismo, clausurado con la crisis de 2001-2002. No es difícil imaginar que muchos de los prestatarios del Banco Popular de la Buena Fe son contingentes sociales expulsados por las políticas económicas que dominaron en la década del ’90. Y en segundo lugar uno ve con claridad el ciclo kirchnerista, con sus logros y sus flaquezas. Incluso el pasaje histórico que rodeó la producción del texto es perfectamente legible y coincide con el éxtasis movimientista (la muerte de Néstor Kirchner, en 2010) y el mayor éxito electoral (2011).

El libro deja ver lo bueno de esta última década: la preeminencia de las políticas sociales, el protagonismo del Estado en el diseño de políticas públicas, cierta indocilidad contra lo que se pretende “natural” por parte de los discursos hegemónicos. Pero también deja ver sus extravagancias (la pedagogía populista de Buenos y Malos, ampulosidades retóricas, cierta negatividad rabiosa) e invita a reflexionar sobre las limitaciones de las gestiones de gobierno de los últimos años. Luchar contra la pobreza no es sólo incluir, sino también asegurar condiciones macroeconómicas que permitan el fortalecimiento de un mercado, que alienten la inversión y la generación de riquezas. Algo que el kirchnerismo parece desdeñar.

En tal sentido, el Banco Popular de la Buena Fe que nos presenta el libro de Koberwein no se comprende como la articulación de dos lógicas, la del mercado y la del Estado. Su concepción es la de una fracción política mimetizada con el Estado, mimetizada con la Nación. Y el sujeto que presupone es un sujeto “interpelado”, domesticado, vigilado, auto-fascinado en su relato, estigmatizado ante el menor signo de insubordinación. Cuando en verdad una política pública de microfinanzas, si es consecuente en su afán de contribuir a la lucha contra la pobreza, presupone individuos autónomos, que puedan desplegar libre y plenamente todas sus capacidades.

Referencia

Microcrédito, relaciones personalizadas, economía y política. El crédito para los pobres, de Bangladesh a la Argentina (por Adrián Koberwein, Editorial Antropofagia, 2012, Buenos Aires)

Otras obras del autor

El microcrédito como política social y como proyecto político. Confianza, participación y compromiso en el Banco Popular de la Buena Fe (en co-autoría con Samanta Doudtchitzky, Editorial Antropofagia, 2010, Buenos Aires)

El mito del crédito para los pobres: el mito-crédito. Análisis de la producción de una ‘nueva’ forma para erradicar la pobreza (Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2011)

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