(Mundo Microfinanzas) Sorpresa, irritación y algo de estupor fueron las
reacciones que llegamos a percibir en Guayaquil, tras la presentación del
Microscopio Global 2014, en el marco del reciente Foromic.
“Sin comentarios”, fue la lacónica -e irónicamente risueña- respuesta de
un importante ejecutivo de una IMF boliviana, cuando Mundo Microfinanzas lo
consultó una vez conocidos los resultados del nuevo informe elaborado por la
Unidad de Inteligencia de The Economist (EIU). “La verdad es que estamos
sorprendidos: no esperábamos tantos progresos en un solo año”, nos reconoció, a
su vez, un alto directivo de Chile, país que escaló del 19° al 4° lugar.
Como se dijo en la presentación, y lo reflejamos oportunamente en otro
post, el Microscopio ha modificado sus metodologías y ha ampliado su espectro
de análisis. Se sugiere cautela. El informe ya no mide un entorno de negocios
para ciertos productos microfinancieros, sino toda una infraestructura al
servicio de la “inclusión financiera”. Con indicadores que comprenden desde la
existencia o no de estrategias nacionales que explícitamente aborden la
inclusión financiera, regulación para una variedad de productos y servicios que
incluyen agentes bancarios y pago electrónico (además del crédito, ahorro y
seguro), mecanismos de protección al cliente y resolución de quejas, requisitos
para entidades no reguladas, entre otras innovaciones.
Al amplio abanico de indicadores y subindicadores del nuevo Microscopio
debe agregarse el controversial “Factor de ajuste”, una innovación que trajo la
edición de 2011 y que evalúa la estabilidad política de un país, así como su
exposición a “conmociones” que puedan afectar la prestación financiera. Desde
luego, se trata de un indicador que condensa un alto grado de subjetividad y
sesgo ideológico.
Desde su lanzamiento en 2008 como proyecto piloto, en el marco del 10º
Foromic en San Salvador, el Microscopio parece estar encontrando una
metodología, un objeto y sus contornos cada vez más complejos. Aunque, por más sofisticación
de variables y terminologías, el propósito de sus analistas no se ha modificado:
medir la mayor o menor hospitalidad de un país hacia innovaciones financieras
orientadas a la población de bajos recursos, desde una perspectiva prioritaria
de mercado.
Todos esperamos con alguna ansiedad, en el último día de los Foromic,
los resultados del Microscopio. Además del interés en sí, los rankings
despiertan siempre esa sensación de vértigo morboso, de qué tan alto podemos
escalar, qué tan dura puede ser la caída, si avanzamos o nos estancamos, quién
mejora a expensas de cuál otro. La industria, primero en América Latina, luego
a nivel global, lo ha adoptado como un instrumento y como guía. Pero no hay que
pedirle al Microscopio más de lo que el Microscopio puede dar.
Como todos los rankings o índices, el Microscopio conlleva también un
factor disciplinador. Instituye premios y castigos. Perú se mantiene desde 2009
como el país del mundo con “mejor entorno” para este negocio. Indudables
méritos deben corresponder a Perú en la creación de reglas de juego propicias
para las finanzas a escala micro. Pero lo que revela la persistencia del liderazgo
es, ante todo, su apertura y sensibilidad hacia aquellas innovaciones de
políticas que tienen la cancha marcada por los agentes principales del mercado
(el chiche nuevo parece ser hoy el encolumnamiento detrás de una “Estrategia
Nacional de Inclusión Financiera” patrocinada, curiosamente, por fundaciones
internacionales y agencias de cooperación internacional) y la abstención frente
a medidas que puedan ser consideradas intervencionistas o “distorsivas”, como los
topes a las tasas de interés o la fijación de porcentajes mínimos de cartera para
el crédito a la producción.
Fetiche y relevancia
Un buen ejercicio sería contextualizar los hallazgos del Microscopio a la
par de otros índices que miden un sentido más amplio de la inclusión. En
definitiva, la inclusión -y no sólo la inclusión financiera- es lo que en
verdad nos preocupa. Una mirada centrada en la transaccionalidad financiera,
desentendida del conjunto de políticas macro, nos situaría en un borde analítica y
éticamente riesgoso. El interrogante que importa aquí es, ¿cómo posicionar la
especialidad?; ¿cómo construir instrumentos de utilidad técnica sin caer en el
tecnocratismo y el fetichismo?
En el mes de septiembre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) dio a
conocer un informe donde se mide por quinquenios la calidad y el carácter
inclusivo del crecimiento de países en desarrollo. El índice incluye variables
macroeconómicas e indicadores sociales como la salud y la educación, así como
conceptos vinculados a igualdad de oportunidades, protección del empleo y
disminución de la pobreza. Para el último quinquenio medido (2005-2011), un
país obstinadamente relegado por el Microscopio, como Argentina, aparece en el 3º
lugar, con 0,830 puntos (similar al Coeficiente de Gini, este índice muestra un
mejor desempeño cuanto más convergente sea a 1) detrás de Bulgaria (0,843) y
China (0,842). Perú (0,778) se ubica en la posición 13º; Filipinas -tercero en
el Microscopio 2014 y habitualmente país mimado por el EIU- aparece en el índice del
FMI en posición 40º (0,709).
Veamos un segundo ejemplo: el Índice de Inclusión Social 2014, publicado
por la revista Americas Quarterly, de la Americas Society/Council of the
Americas (AS COA), de alcance continental, ubica a Uruguay, Argentina y Costa
Rica, en ese orden, en la clasificación general (en el Microscopio 2014, estos
tres países ocupan las posiciones 14º, 41º y 42º, respectivamente). Los tres
obtienen mejor puntaje incluso que Estados Unidos, en cuarto lugar. La medición
de la Sociedad de las Américas hace un seguimiento del respeto a una gama de derechos (vivienda
digna, educación, empleo formal, igualdad de género y raza, participación
política, etc) junto al acceso a los mercados. Lo interesante es que uno de los ítems
medidos es “Inclusión financiera”. En este ítem específico, diferenciado según
género, Estados Unidos ranquea en primer lugar (91,98% varones, 84,07%
mujeres), seguido por Brasil (61,10 y 51,02) y Costa Rica (60,20 y 40,66); el
resultado más pobre se registra en Nicaragua (15,10 y 12.82), mientras que Perú
se ubica entre los más débiles en inclusión financiera (23,45 y 17,56).
Por cierto que esta medición carece del nivel de sofisticación técnica
del Microscopio, pero, otra vez, ¿qué ocurre cuando integramos resultados de inclusión
financiera en un cuadro social más amplio?; ¿qué pasa cuando al comparar
índices de inclusión financiera con índices más abarcadores de acceso a
derechos vemos que los buenos en uno pueden ser malos en otro y viceversa? Se
podrá argumentar que no hay comparatismo posible, que se trata de instrumentos
diferentes, que miden cosas diferentes. Pero, en ese caso, también debería
admitirse la duda sobre la relevancia del instrumento. (Aclaremos que la
comparación se propone con índices elaborados por el FMI y por una organización
estadounidense fundada en 1965 por David Rockefeller: no por organizaciones
chavistas).
Metáfora recurrente, pero siempre efectiva: que el árbol de la inclusión
financiera no nos distraiga del bosque de la inclusión.
Referencias
Microscopio Global 2014. Análisis del entorno para la inclusión
financiera (The Economist Intelligence Unit, con el apoyo del Fomin, CAF,
Centro para la Inclusión Financiera de Acción y Citi Microfinance, 2014)
A Quality of Growth Index
for Developing Countries: A Proposal (IMF Working Paper 14/172, Departamento
Africano, por Montfort Mlachila, René Tapsoba y Sampawende J. A. Tapsoba,
septiembre 2014)
Índice de Inclusión Social 2014, en Americas Quarterly (Verano 2014,
Vol.7/Nº3, AS COA, por Rebecca Bintrim, Wilda Escarfuller, Christopher Sabatini,
Alana Tummino y Adam Wolsky)
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