Bienvenido a este blog

Este blog de microfinanzas comenzó a actualizarse el 1 de febrero de 2008 y se cerró el 30 de noviembre de 2015.

lunes, 24 de febrero de 2014

El cuento de hadas de Kiva: ¿A quién sirve realmente la microprestamista estrella?


Este artículo se publicó el 10 de febrero de 2014 originalmente en inglés, bajo el título The Kiva Fairytale: it’s a microlending superstar, but who is it really serving?, en un blog alojado en el sitio Next BillionTraducción al castellano de Mundo Microfinanzas, con revisión del autor. 



(Por Hugh Sinclair, Mundo Microfinanzas) Los economistas conductuales desafían cada vez más la hipótesis según la cual nos comportamos de un modo racional. La sola existencia de Kiva es testimonio de tal preocupación. Su estrellato se aviene a todas las características de burbuja o de decepción, si bien alimentado más por la euforia que por la codicia. Su éxito nos habla a las claras de los riesgos ocultos en iniciativas anti-pobreza y de la debilidad de la naturaleza humana.

Los antecedentes

Inspirada por Muhammad Yunus, una pareja entusiasta pero inexperta, con MBAs recién estrenados, decidieron salvar al mundo con una punto-com a tono con la moda (creando además empleos de alto perfil para ellos mismos). Pusieron en marcha una website para permitir a la gente (aparentemente) prestar pequeñas sumas de dinero a través de internet a emprendedores de bajos ingresos, sobre la base de sus historias individuales como solicitantes de préstamos. La idea prendió de una manera asombrosa. De hecho el modelo de negocio no es escalable, pero eso parece que nadie lo notó. Sus fundadores se pasearon por los principales talk-shows de los Estados Unidos, la idea atrajo a celebridades, la pareja se divorció y Kiva mutó en bestia. Aunque se trata de una organización sin fines de lucro que no cobra intereses directamente sobre sus préstamos (dejando esa parte al arbitrio de las IMFs con las que trabaja), Kiva atrae hoy apoyos y e ingresos anuales por más de US$ 17 millones.

Impacto cero (en una jornada buena)

¿Kiva funciona? En términos de disminución de la pobreza a través del microcrédito -en principio la meta de Kiva-, la respuesta es que no. Pese a muchos años de intentarlo, académicos independientes no han sido capaces de encontrar datos convincentes que confirmen que comprometiendo financieramente a los pobres habremos de tener un impacto positivo en la reducción de la pobreza. David Roodman, del Center for Global Development, sintetizó su impacto de manera clara: “Cero”. Con tasas de interés que pueden aproximarse al 100 por ciento, no es difícil ver cómo el microcrédito puede, no ya hacer decrecer, sino más bien incrementar de manera progresiva la pobreza, como dolorosamente lo ha demostrado la crisis en Andhra Pradesh y otros lugares. Pero dejemos de lado por un momento estos detalles y asumamos que el microcrédito mantiene alguna función útil: ¿Es Kiva un mecanismo efectivo para lograrlo?

Los hechos no van al auxilio de Kiva. En 2012 Kiva gastó US$ 14 millones para prestar US$ 111 millones. Pese a que la mayor parte de su staff son voluntarios, Kiva consiguió gastar 0,13 por cada dólar prestado. Los fondos especializados en microfinanzas logran una modesta rentabilidad con un 2 por ciento de gastos anuales de gestión, con el cual cubren todos sus costos, convirtiéndolos en 6 o 7 veces más eficientes que Kiva en obtener dinero del inversor y canalizarlo a la población pobre. La principal diferencia es que esos fondos no adjuntan fotos lindas ni historias reconfortantes para los inversores.

Kiva presta de un modo similar a un banco de microfinanzas y otros fondos de microfinanzas. Emprendedores involucrados en la producción de coca o en las riñas de gallos están todos en igualdad de condiciones para aplicar a un crédito, tanto como aquellos que emplean mano de obra infantil. En la práctica, incluso, no hay requerimiento alguno para que el negocio a financiar tenga que ser legal. Kiva parlotea sus historias encantadoras, respaldadas en imágenes, pero no acierta a discutir la tasa de interés que el pobre está obligado a pagar. Eso sí, si se trata de mujeres africanas de tez clara, atractivas y delgadas, el dinero parece fluir con mayor celeridad [el autor alude a un reciente estudio de la Universidad de Singapur que ha encontrado que los prestamistas que usan Kiva se manejan con preferencias de tipo geográficas, de género y por rasgos físicos a la hora de decidir a quién prestar]. El beneficio para los bancos es que el dinero recaudado en Kiva es libre de intereses, así que ellos pueden cobrar al pobre lo que gusten y embolsar los intereses. Pero incluso esto es insuficiente para mantener el interés de los bancos, de hecho hay muchos que están desertando de Kiva (como lo muestran los elevados índices de socios inactivos). Estamos siendo testigos de una potencial y peligrosa carrera hacia abajo, por medio de la cual algunas IMFs, con decoro, optan por trabajar con fondos profesionales y evitar el fastidio de esgrimir las mentadas fotos y sus historias promocionales, mientras que permanecen en Kiva otras, que no pueden recurrir a tales fondos.

Si en cambio hablamos de soltar el dinero de California [la sede de Kiva está en San Francisco, California], vemos que allí el mecanismo no funciona aceitado: de acuerdo con los estados financieros de 2012, US$ 82 millones están en una cuenta bancaria, y ¿adivine quién obtiene el interés de este apreciable “colchón”?

La decepción

Hace casi cinco años David Roodman (y luego el New York Times) señaló por primera vez un ligero problema. Lo inicialmente seductor de Kiva residía en su carácter de financiamiento par-a-par (peer-to-peer), pero en los hechos no lo era del todo. Los préstamos destacados en la página web se contrataban meses antes, y los usuarios de Kiva están en rigor comprándolos de los bancos. Pero la decepción no termina aquí. Kiva elige astutamente revelar rendimientos de cartera en lugar de tasas actuales de interés sobre los préstamos, subestimando conveniente y sistemáticamente el costo real que tienen para los pobres. Otras plataformas de financiamiento acceden a publicar las tasas de interés, mientras que Kiva parece más proclive a la publicación de información pintoresca, que mueva a la gente a abrir sus billeteras. Tasas de interés aproximándose al 100 por ciento harían arquear más de una ceja, así que mejor ocultarlas. Las tasas de incumplimiento sobre los préstamos de Kiva son famosas por lo bajas, en apariencia. Los mismos bancos reportan tasas de incumplimiento substancialmente más altas que Kiva. O bien Kiva se las arregla mejor que el banco para esquivar a los clientes morosos, o bien el banco está cubriendo las pérdidas crediticias a fin de asegurar un flujo estable de capital libre de intereses.

Por otra parte, Kiva se ha asociado con algunas entidades bastante sospechosas. He discutido en otro lado el caso legendario de la inapropiadamente llamada Lift Above Poverty Organisation [LAPO, el nombre de la organización en español sería algo como “Elevarnos por encima de la pobreza”], en Nigeria. Como lo muestro en mi libro, Kiva claramente sabía de las profundas deficiencias de esta institución, cobrando tasas de interés abusivas y operando en la ilegalidad, y aún desistiendo de alertar a los clientes hasta que el New York Times lo hizo, inyectando al mismo tiempo US$ 5 millones en el banco. ¿Cuántos otros casos hay?

Más recientemente Kiva burló a muchos usuarios al aliarse con una organización del Opus Dei ultra-conservadora y homofóbica en Kenia, y sin revelar la cantidad de conflictos de intereses que surgieron de esta sociedad.

El engaño se extiende al marketing de Kiva, como lo argumentó recientemente Phil Mader, del Max Planck Institute, al examinar su video promocional. En el video, “Pedro”, un caficultor imaginario, obtiene un préstamo de Kiva para comprar un tractor que sustituya a su vaca muerta. El tractor le permite cultivar “diez veces más la cantidad de granos de café a como lo hacía antes”. Entre otros equívocos, Mader explica que los caficultores no necesitan ni vacas ni tractores para cultivar café, porque se trata de un arbusto. Y aun con un tractor es imposible incrementar diez veces la cosecha gracias a un crédito de 2.500 dólares (insuficiente para comprar un tractor, mucho menos para incrementar la parcela de tierra del campesino). “Es un engaño deliberado a los potenciales prestamistas”, afirma Mader. “Se embauca a gente bien intencionada con expectativas no realistas sobre el poder del microfinanciamiento”.

“Nosotros” al rescate de los pobres

Pero estas expectativas no realistas son “el” punto. Amamos a Kiva. Nos hace sentir que tenemos poder. Justifica que nuestros gobiernos carezcan de soluciones colectivas robustas contra la pobreza en los países en desarrollo. Como quiso la cofundadora de Kiva Jessica Jackley, “podremos sentirnos un mini-Bill Gates”. Vemos tanto sufrimiento y tanta pobreza en la TV, que nos sentimos impotentes. Pero no más: Kiva nos empodera a que hagamos algo para cambiar las cosas. Estamos cansados de la caridad, queremos enseñarle a la gente a pescar, no apenas repartir pescado. Amamos el social-business, la inclusión financiera, el triple balance, o como quiera que sea la expresión en boga. Idolatramos la creatividad y el ingenio de Silicon Valley y las punto-coms y a los enérgicos jóvenes con MBAs resolviendo en forma sostenible los problemas del mundo. Desde nuestro mullido sillón, nosotros también podemos ser parte de eso. Por el precio de un par de tazas del café cultivado por nuestro amigo Pedro, podremos rescatar a él de su vida miserable, en algún rincón olvidado de la tierra, y enorgullecernos por nuestra acción. Qué más, si a los pocos meses recuperamos el dinero, y aun bebemos nuestro café después de todo.

Además, los donantes los aman. Google mismo concedió recientemente US$ 3 millones a Kiva para que el carrusel no se detenga, y ahí no se acaba la cosa: JP Morgan Chase, Microsoft, Ashoka, Omidyar Network, Skoll Foundation, Intel, Walmart y Visa están todos encantados con Kiva. El comediante estadounidense Bob Harris dedicó incluso un libro sobre su fanatismo por Kiva, “El Banco Internacional de Bob” [The International Bank of Bob]. Me temo que el que ría último reirá a su costa.

¿Kiva Funciona? ¿A quién le importa? Tal es el genio de Kiva: no necesita funcionar. Kiva alimenta una “ideología de la beneficencia emprendedora”, como ha dicho el investigador en marketing Domen Bajde, y las ideologías no necesitan demostrarse. Se trata de una ilusión, una fachada, y la cara visible de una agenda más amplia: la financiarización de los pobres. Como lo ha dicho Phil Mader, son iniciativas que permiten al público “consumir el sentimiento de beneficencia sin pérdidas financieras”, elevando en sus imaginarios la reputación de las microfinanzas. Por cierto, Kiva ha comenzado a operar en los Estados Unidos, donde los bancos cobran quizás el 10 por ciento de interés, mientras que al sur del Río Grande se paga hasta diez veces más que eso. Pero mientras Kiva siga siendo aquello que el público general asocie con el microcrédito, será apenas la punta de un gran iceberg. Kiva ha movilizado unos US$ 500 millones desde 2005. Solamente Perú tiene cerca de US$ 11 billones en préstamos de microfinanzas pendientes al día de hoy.

¿Vamos en dirección a resolver la pobreza con estos mecanismos? Si hiciéramos funcionar de una manera efectiva las cuantiosas sumas de capital invertido en microfinanzas (mucho de lo cual es improductivo) podríamos contribuir substancialmente a ello. Instituciones como Zidisha podrían ser un paso en la dirección correcta, haciendo de hecho lo que Kiva dice hacer. Bancos como ProCredit, orientándose a empresas pequeñas, en la grada superior al target tradicional de las microfinanzas, están generando empleo sin recurrir a historias gratificantes, ni mostrando imágenes de mujeres junto a sus cabras. Y no dejemos olvidar las viejas áreas de “ayuda”. Una vacuna puede tener mucho más impacto que un préstamo de 50 dólares al 80 por ciento anual.

Desde luego, como consecuencia de alguna gente no esclarecida -especialmente jóvenes- que piensan que la pobreza puede ser erradicada de una manera simple y rápida a través de los microcréditos, Kiva seguirá cumpliendo un rol importante en el saboteo de todo esfuerzo a escala global contra la pobreza, las privaciones y la desigualdad. Kiva es una decepción, y si queremos contribuir al bienestar de los pobres y recuperar algo de confianza en la integridad del sector financiero en los Estados Unidos, estas instituciones deberían ser inmediatamente reguladas.


Hugh Sinclair es autor del libro Confessions of a Microfinance Heretic y consultor. Actualmente trabaja para un selecto grupo de clientes que pugnan por proporcionar microfinanzas éticas y beneficiosas para los pobres.



Nota del editor: La respuesta de Kiva a este artículo se publicó en inglés el 12 de febrero de 2014 en el mismo sitio Next Billion. Mundo Microfinanzas invita a Kiva a enviarnos su traducción al castellano de esta respuesta, o bien permitirnos proponerles una versión para ser publicada en este blog, de tal modo que el lector hispanohablante tenga un panorama más completo sobre este debate. Contacto: mundomicrofinanzas@gmail.com.

No hay comentarios:

Publicar un comentario