(Mundo
Microfinanzas) En tiempos de globalización, parece
casi superfluo preguntarse si alguna región pueda sustraerse a las pautas y
tendencias marcadas por una industria.
Luis Miguel Castilla |
Sin
embargo, más de una vez nos hemos preguntado en qué medida afectan las
transformaciones que experimentan las microfinanzas a nivel global, en el
escenario específico de América Latina.
Por ejemplo
en su momento nos preguntábamos cómo leer desde América Latina el debate non profit-for profit, a
propósito de la salida a bolsa de SKS en la India, cuando la región venía de
ser testigo de una de las operaciones financieras más exitosas y fabulosas en
el sector, como fue la de Banco
Compartamos en
México.
¿Cómo
analizar hoy el pasaje de un sector microfinanciero que comienza a virar desde
su fase de popularización y crecimiento a una nueva etapa, marcada por la
reconcentración en el resultado y la calidad de sus prestaciones? ¿Qué claves
regionales habrá que tener en cuenta a la hora de evaluar esta transformación?
¿El ejemplo de Nicaragua no proporciona lecciones suficientes para atender la
parametrización local de un fenómeno global?
El lunes de
la semana pasada el gobierno peruano hizo un anuncio de resonancia para el devenir de las microfinanzas. Anunció la conformación de la
denominada Comisión Quipu,
que estudiará la eficiencia de los programas de inclusión implementados por el
gobierno.
La comisión
estará integrada por expertos de los ministerios de Finanzas y de Desarrollo e
Inclusión Social, de la consultora Soluciones Empresariales contra la Pobreza y
-he aquí la sorpresa- de dos de los laboratorios norteamericanos más destacados
en investigación de la pobreza: el Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (J-PAL) y el Innovations for Poverty
Action (IPA).
Digamos, dos de los centros de investigación más críticos hacia el “cuento de
hadas” de las microfinanzas y que, a través de pruebas controladas aleatorias,
vienen negando toda evidencia empírica que demuestre el impacto de las
microfinanzas en hacer menos pobre a su población beneficiaria, y mucho menos a
sacarlos de la pobreza.
Si lo vemos
de cerca, la Comisión Quipu (“quipu” era el nombre de un artefacto que los
incas utilizaban para llevar la contabilidad y las finanzas) es una respuesta
latinoamericana a las nuevas exigencias que se plantean en las microfinanzas a
escala global. La necesidad de dejar de lado toda retórica redentorista y
ajustarse a resultados observables (o lo que podríamos llamar el “giro
empírico” que ha tomado la industria en los últimos años).
El
populismo es un rasgo latinoamericano. No porque sea una singularidad
latinoamericana (ni originario de nuestra región), pero sí por su persistencia histórica.
Cualquier análisis que se haga sobre cómo repercuten aquí los debates globales,
cuando se trata de intervenciones sociales, no se puede perder de vista esta
dimensión.
Seguramente
pensando en este rasgo sociológico, el ministro de Finanzas peruano, Luis Miguel Castilla, dijo al
presentar en Lima los objetivos de la Comisión Quipu:
“Esta
dirección ha sido muy importante en términos de redefinir la asignación
presupuestal cortando una asignación que era puramente inercial a una que esté
basada en resultados”.