Roodman en San José de Costa Rica, durante el Foromic 2011 (foto: Fomin) |
(Mundo Microfinanzas) Ha querido la fortuna sonreír a las microfinanzas en este primer tercio del año y hacer que el acontecimiento movilizador, el punto crítico en torno al cual se desmarcan posiciones y se repiensan dogmas, haya sido la publicación de un libro.
Podría haber sido un anuncio espectacular, alguna declaración destemplada, un evento multitudinario, incluso algún episodio salpicado de escándalo. Pero no, se trata de un libro. Con todo lo que ello significa para la vitalidad intelectual de la industria y del timing particular que tal acontecimiento implica, pues un libro necesita su tiempo para circular, para leerse, asimilar sus conceptos y provocar el feedback.
Y vaya si hubo feedback.
Ya en el post del 5 de marzo nos ocupamos de Due Diligence. An impertinent inquiry into microfinance, de David Roodman, publicado en diciembre del año pasado por el Center for Global Development (CGD). Comentamos entonces que ciertas críticas que el libro mereció por parte de los directivos de la Microcredit Summit Campaign, Larry Reed y Jesse Marsden, podían verse como la divisoria de aguas inaugurada por una nueva etapa en la historia de las microfinanzas. Una nueva etapa signada por la cautela filosófico-metodológica, el control y la mesura (“mesura” en su estricto sentido etimológico de “medir”: medir de acuerdo con parámetros objetivos, medir según pruebas observables, medir a partir de enfoques científicos aquello que, en el despertar de las microfinanzas como herramienta para combatir la pobreza, se creyó con optimismo exultante).
En los últimos días se han conocido diversas opiniones sobre el libro de Roodman. Si bien en la mayoría de los casos los comentarios son elogiosos y favorables, no deja de percibirse cierta incomodidad generada en las instituciones ligadas a la popularización del microcrédito (sector que en el post del 5 de marzo llamamos “pioneros”). Por caso, hemos leído una curiosa respuesta del Grupo de Trabajo de CEOs de Microfinanzas, difundida el viernes a través del blog del Centro para la Inclusión Financiera (CFI), de Acción Internacional, a un artículo publicado el 8 de marzo por el propio Roodman en el Washington Post, titulado "Microfinance doesn’t end poverty, despite all the hype" (traducido podría quedar así: “Las microfinanzas no ponen fin a la pobreza, más allá de todos los alardes”).
Al leer la declaración, firmada por los CEOs de ocho de las principales organizaciones microfinancieras del mundo (Acción, Finca International, Freedom from Hunger, Grameen Foundation, Opportunity International, Pro Mujer, Vision Fund y la red Women’s World Banking), podría sorprender que allí se exprese un acuerdo sustancial con el contenido del artículo, remarcando en cambio el carácter "bobo" (silly) de su título.
Suena un tanto exagerado que ocho ejecutivos de primera línea de la industria, cuyas instituciones en conjunto representan a unos 39 millones de prestatarios en todo el mundo, den a conocer un pronunciamiento cuya pertinencia toque más a algún editor del Washington Post que al propio autor del artículo que se pretende refutar. Sorprende menos, sin embargo, si lo ligamos a la sensibilidad que ha despertado el libro del investigador del CGD.
Due Diligence nos plantea la incómoda pregunta de si las microfinanzas funcionan o no. Roodman propone desdoblar el interrogante en tres dimensiones: ¿Las microfinanzas reducen la pobreza?, ¿las microfinanzas ayudan a las personas a ser más autónomas y libres?, ¿las microfinanzas pueden volverse una industria pujante que fortalezca a las sociedades en aras de objetivos de desarrollo socio-económico de largo plazo? A la primera pregunta, el autor responde “No”; a la segunda, “puede ser”; y a la tercera, definitivamente “sí”.
La respuesta a la primera cuestión se alinea con recientes investigaciones de laboratorios norteamericanos (sobre todo del MIT, la New York University y Yale University) que han utilizado pruebas aleatorias sin detectar evidencias del impacto de las microfinanzas en la disminución de la pobreza de sus beneficiarios. La segunda procura dejar a salvo parte de lo que representó la promesa humanística de las microfinanzas. Y la tercera tiene una relevancia enorme.
Como ha dicho Alex Counts, presidente, CEO y fundador de Grameen Foundation (uno de los ocho firmantes de la escueta declaración, pero, nobleza obliga, uno de los más atentos y autocríticos lectores de Due Diligence, por provenir de una de las instituciones más comprometidas con la épica de cambiar el mundo), “las microfinanzas emergen de este libro como un colaborador sólido al desarrollo socio-económico de las naciones pobres a partir de una perspectiva de costo/beneficio”.
Las conclusiones de Roodman no son sólo las de un profesional librepensante, sino también las de un analista cuya posición enunciativa se entronca de manera crucial con el sustento de buena parte de la industria. El CGD es el think tank que orienta las políticas de desarrollo internacional de los Estados Unidos (y países asociados en materia de cooperación), proveyendo marcos analíticos en las estrategias de financiamiento del Banco Mundial. Desde esta usina de ideas, con base en Washington, se monitorean los programas de reducción de la pobreza en todas las regiones y se evalúa la eficacia de las distintas herramientas, entre las cuales el desarrollo de la microempresa y el fortalecimiento de instituciones microfinancieras han sido unas de las más transitadas.
Quizás por aquí encontremos una de las claves para entender esta enérgica, afortunada y por momentos apasionada recepción al nuevo libro de Roodman. Una vuelta de página que nos permite asomar al futuro de las microfinanzas.